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LA “APARICIÓN” DE LA FENOMENOLOGIA FANTASMAGORICA

Por Carlos Parodi. – El pensamiento positivista que imperaba en el Viejo Mundo a mediados del Siglo XIX también convivía con la filosofía Teosófica y el Espiritismo. Todos estos conceptos estaban “incorporados” en el ser humano tanto bajo el escepticismo científico como en las creencias de cada cultura o credo.

Pero lo real es que la vida misma no sería igual si no estuviera dotada de ese brumoso ingrediente que le agrega a la existencia una dosis de naturaleza enigmática.

A lo largo de la Historia muchas corrientes religiosas, filosóficas y científicas sostuvieron que los hombres y mujeres no son creyentes innatos, sino que lo van aprehendiendo, y resultando la cultura de cada civilización la que determina la creencia o no, en el concepto de lo sobrenatural.

El teólogo alemán Rudolf Otto (1869-1937) dedicó gran parte de su vida al estudio comparativo de las religiones. Su obra más conocida es “La idea de lo sagrado” en la cual establece que lo sagrado y lo misterioso son experiencias que el ser humano no puede interpretar bajo el prisma de la racionalidad. 

Por su lado, el filósofo y psicólogo norteamericano William James (1842-1910) escribió: “Las personas tendemos a creer no solamente en la realidad, sino en la presencia de algo intangible que estamos obligados a inferir por encima y más allá de lo que nuestros sentidos detectan”.  Muchos años atrás, el científico alemán Georg Lichtenberg (1742-1799) había dejado escrito -cual “grafiti”- una frase que lo inmortalizaría: “No solamente no creo en fantasmas, sino que tampoco les tengo miedo”.

En Occidente se considera al filósofo y clérigo inglés Joseph Glanvil (1636-1680) como el primer documentador “oficial” de fenómenos paranormales. Si bien provenía de una formación religiosa y fue capellán del rey Carlos II, Joseph Glanvil bregó por el método científico para abordar la temática sobrenatural. Publicó las conclusiones en su libro “Sadducismus Triumphatus” ( 1681) y sacudió la “modorra” de los religiosos y científicos de su época.

Pero es a fines del siglo XIX cuando el interés por la “fenomenología fantasmal” alcanza notoriedad en base a la creación en Inglaterra de la “Sociedad para la Investigación Parapsicológica” que fundaron el catedrático del “Trinity College” de Cambridge Frederic M. H. Myers (1843-1901) y el profesor de Filosofía, Henry Sidgwick (1838-1900)

Al iniciar sus sesiones, los dos “exploradores del misterio” enviaron notas a los principales periódicos de Gran Bretaña solicitando todas aquellas noticias acerca de encuentros con aparecidos. La respuesta no tardó en llegar. Los científicos prepararon un documento en el que expresaban: “Lo que nos impresiona en una evidencia, no es su carácter excitante o terrorífico, sino su abrumadora cantidad. Y por ‘abrumadora’ queremos significar de que no quede la menor duda de la realidad de esta clase de fenómenos”

De acuerdo con un artículo de la “Biblioteca Time Life” uno de las cartas recibidas resultó particularmente sobrecogedora: “Nos referimos a un caso sucedido en diciembre de 1881. Una mañana Mr. Rawlinson se estaba vistiendo en su casa de la localidad de Cheltenham cuando sintió una poderosa presencia en la habitación. ‘Al mirar a mi alrededor ─ dijo─ no vi a nadie, pero luego observé una figura que tenía el rostro y el cuerpo de mi viejo amigo Mr. X. Como usted podrá imaginarse, quedé muy impresionado y fui a hablar con mi esposa acerca de lo que había pasado’. Al día siguiente Mr. Rawlinson recibió una carta del hermano de Mr. X donde le informaba que éste había muerto cuando restaban quince minutos para las nueve de la mañana. Era la hora exacta en que se produjo la aparición. Mr. Rawlinson al final de su escrito, señalaba: “Unos dos meses antes yo sabía que Mr. X estaba enfermo de cáncer, pero no tuve una inmediata noción de la inminencia de su muerte. Nunca, en ninguna ocasión, he tenido alguna alucinación de los sentidos y realmente espero no tenerla otra vez.”

Tanto Frederic Myers como Henry Sidgwick propusieron una teoría basada en la telepatía. Los estudiosos afirmaban que el testigo de la experiencia podía recibir la señal de un aparecido, es decir, de una persona representada por la aparición. “En ese sentido ─señala el informe de Time Life─ más de la mitad de los casos expuestos eran relatos de fantasmas en los que el testimonio coincidía con la muerte del aparecido o con algún otro momento crítico en la vida de esa persona.”

En 1886, ambos científicos publicaron la obra “Fantasmas de los vivos” con el propósito de colocar la piedra fundacional de cara al nuevo siglo que se acercaba. También editaron el primer “Censo de alucinaciones” el cual, mediante un ‘múltiple choice’, los participantes debían responder preguntas del estilo: “¿Ha tenido Usted, estando totalmente despierto, una vívida impresión de ver o de ser tocado por un ser vivo o un objeto inanimado; o de oír una voz que, hasta donde usted pueda saber, no se debía a ninguna causa física externa?”

Años después, prosiguió con las investigaciones paranormales el físico, matemático, ingeniero de radio y parapsicólogo inglés G.N.M Tyrrell (1879-1952). Lo novedoso del sistema que impuso fue la clasificación de los fenómenos fantasmagóricos en cuatro categorías: Las apariciones de personas vivas; las que eran producto de crisis nerviosas; las apariciones post mortem, y por último las de tipo recurrente. Y a todo esto, Usted, estimado lector, ¿por cual ha atravesado?

Por Carlos Parodi para AGP /Patagonia Rebelde / Editor EM