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Experiencia: ceremonial en el Pucará de Tilcara

Por Dr. Antonio Las Heras.- Quebrada de Humahuaca, Jujuy. Mucho más que un monumento del pasado.

Desde la entrada a la ciudadela en medio de la aridez del clima, zigzagueando por el estrecho sendero pedregoso que se debe recorrer, se llega al sector central del Pucará de Tilcara, en el corazón mismo de la Quebrada de Humahuaca, en nuestra norteña provincia de Jujuy.

Allí mismo es donde se encuentra un notable centro ceremonial de la época incaica, que fuera utilizado, desde antes de la llegada de Cristóbal Colón y los españoles al llamado Nuevo Mundo, para la celebración de ceremonias y rituales a la Naturaleza, las divinidades propias de su cultura y, es muy posible, se hayan efectuado allí trabajos esotéricos para sanación de personas enfermas de aquella comunidad que poblaba esas extensiones.

De acuerdo a los estudios realizados, este pucará, cuya traducción del quechua, significa “fortaleza”, data originalmente del siglo X d. J. Fue erigido sobre una amplia colina, de 70 metros de altura, a la vera del Río Grande y está, en la actualidad, a unos dos kilómetros del pueblo que lleva el nombre de Tilcara.

El lugar, a lo largo del tiempo, fue ocupado en diferentes tiempos por uquías, tilcaras y fiscaras, entre otros grupos originarios que poblaron esa región; pero, vale la pena recalcarlo, siempre, con una enorme influencia cultural incaica, el poderoso gran imperio, el más importante de Sudamérica.

El Pucará fue considerado durante algún tiempo por los arqueólogos como un conjunto de construcciones situadas en sitio elevado que servía como reserva para la guerra, así como sitio de observación, para advertir con antelación suficiente, la llegada de alguna fuerza enemiga.

Pero, estudios posteriores, realizados en la segunda mitad del siglo XX, permitieron comprobar que, al menos en este caso, se trata de una población de residencia permanente, que habitaban familias completas.

Desde comienzos del siglo XX, los arqueólogos y antropólogos argentinos y extranjeros que investigaron este pucará hallaron un sitio muy especial y diferente a todo lo hasta ese momento era conocido por los especialistas en la materia, y al que bautizaroncon con el nombre de “La Iglesia”, precisamente por contar con dos altares, en los cuales, vale aclarar que es nuestra consideración, tuvieron lugar las sesiones de sanación en las que se combinaban saberes esotéricos con conocimientos de la medicina natural que utilizaban aquellos pueblos.

Los estudiosos sobre estos temas relacionados a la cultura incaica, así como las comunidades que las rodearon y siguieron sus preceptos, coinciden en que se trata de algo único en su tipo y que allí, los amautas, nombre que corresponde a quienes se ocupan de los aspectos espirituales y esotéricos; lo que, usualmente, se conoce como chamanes, desarrollaron diversas celebraciones religiosas, entendiendo por esto desde el culto a la Pachamama y al dios Inti (el Sol) como a otras deidades de la civilización incaica.

La superficie de “La Iglesia” es de, alrededor de 200 metros cuadrados. Lo interesante es que existe, también, la sospecha de que en ese lugar se habrían realizado reuniones vinculadas con el poder político y social de entonces.

El conjunto está constituido por un amplio patio, donde se situaban los profanos; es decir, quienes no estaban iniciados en los misterios esotéricos.

Desde esa distancia podían ver lo que hacían los amautas, en la medida que estos se lo permitieran. Sus tareas las realizaban en la zona en que se encuentran situados los dos altares. Estos oficiantes estaban detrás de un muro, de un metro de altura aproximadamente, que impedía el acercamiento del pueblo.

No se requiere mucha imaginación, ni demasiados estudios sobre el terreno, para darse cuenta del parecido que hay entre esta estructura edilicia y la que utilizada en una misa de un templo cualquiera de la Iglesia Católica. ¿Coincidenciaà o similitud ante una misma búsqueda de encuentro con lo trascendente? Queda el interrogante sin respuesta, al menos aún. A los costados de donde oficiaban los amautas se encuentran sendas habitaciones.

Todo el conjunto está hecho en piedra puesta una sobre otra y el piso es de tierra perfectamente apisonada. En esos interiores mantenían a resguardo sus elementos celebratorios, atavíos y aguardaban tanto amautas como sus asistentes en la previa a salir a realizar sus ceremonias.

Amplios conocedores de los movimientos de la esfera celeste tanto como de eclipses, solsticios y equinoccios, es lógico deducir que en este centro ceremonial se hacían los rituales e invocaciones correspondientes a cada uno de esos momentos de gran influencia tanto en la Tierra como en nosotros, los seres humanos.

ENTRE MUCHOS OTROS: EL ÚNICO “DIFERENTE”
Es interesante señalar que, si bien han sido hallados numerosos pucarás en toda la región andina, no solamente en nuestro país, sino también en en toda la zona de influencia del imperio incaico, el único que cuenta con una edificación de estas características es éste, que está en las afueras de la jujeña ciudad de Tilcara.

También es el más extendido; a punto tal que cuenta con verdaderos barrios edificados con viviendas en piedra, un extenso cementerio, varias plazas, un taller para esculpir rocas y un área de corrales donde guarecer sobre todo a las llamas que eran fundamentales para el transporte de elementos de uso cotidiano y mercaderías.

El conjunto urbanizado, que tiene unas 17,5 hectáreas de superficie, se encuentra a 2.500 metros sobre el nivel del mal.

(*) Doctor en Psicología Social, filósofo y escritor. Magister en Psicoanálisis. Pte. Asoc. Arg. Parapsicología y de la Asoc. Junguiana Argentina