Vendía entradas en un cine, renunció para perseguir su sueño y hoy impacta como Zulemita Menem: ¿quién es Cumelén Sanz?
Se crió en Almagro y Zulemita aprobó como «clon». Su paso por El marginal 3, su protagónico en España y su postura sobre el menemismo.
La apodaban «primera damita» por ese rol que tomó una vez que sus padres se separaron. Lo documentan los diarios, como ese de marzo de 1999 que la tiene como enviada a Jordania con un velo blanco: mientras Zulemita Menem llora, rinde condolencias a Abdullah por la muerte del padre, el rey Hussein, que ocupó 46 años el mismo trono.
Cabello azabache kilométrico, voz casi de niña, carteras de Louis Vuitton, camisas Versace, vestidos de Elsa Serrano. En los 90, su foto era la presa ansiada para las revistas: esquí en Las Leñas, jet ski en Punta del Este, tango con el Príncipe Carlos en el Alvear Palace, competencia de Jenga con Gerardo Sofovich en ATC, visitas al tío Emir Yoma a la cárcel, a Juan Pablo II al Vaticano y a la reina Isabel en el Palacio de Buckingham de Londres…
La serie Menem (Prime Video), dirigida por Ariel Winograd, no hace especial zoom en esa rama heredera del árbol, apenas sobrevuela con suavidad al personaje. Tal vez Zulema María Eva Menem Yoma amerite una serie propia con el recorrido periférico de esa niña riojana que crece con su padre como gobernador de esa provincia y lo ve llegar a la presidencia y a extender su mandato. En el medio de la curva feroz, la chica va esquivando esquirlas y controversias, entre sushi con champagne, neoliberalismo y hedonismo.
Un café compartido durante una hora en la oficina de la concesionaria de Núñez le bastó a Cumelén Sanz para absorber ese aura. Para entender la energía de esa hija del poder a la que vivían disparándole los paparazzi de una década tan burbujeante como maldita.
Cumelén, la actriz de nombre mapuche que trabajaba en un cine y terminó adentro de la pantalla, nació en 1990, prácticamente no vivió aquel modelo político con consciencia, pero leyó bastante sobre la contradicción que significó el menemismo.
Porteña, criada en Almagro, 35 años, Sanz trabaja desde hace casi dos décadas en ficción. Un par de años atrás despotricaba por ese aspecto pueril que hoy le permite «estirar la edad» a límites insospechados. Al comienzo de la serie Menem juega a tener 17 años, 18 menos que en la vida real.
«Cume, te postulamos para un casting para la serie de Menem», le dijo su representante hace más de tres años y la actriz que había interpretado a otra hija (la de Monzón en la serie homónima) supo enseguida que por su apariencia física le estaba destinado el rol de Zulemita.
Antes del autocasting grabado con un teléfono -la primera instancia de las pruebas-, se metió de cabeza en YouTube y deglutió todo tipo de contenido de la época. «Me casé con esa entrevista que le hace Susana Giménez», advierte sobre esa charla de living de 1992 en la que la chica hablaba de su ruptura con Diego «Gambetita» Latorre, su miedo a Dios y su fobia a las drogas.
La hija del poder
Hija de una modelo y administradora de consorcios y de un fotógrafo, Sanz tiene más recorrido actoral que fama. Fue premiada como mejor actriz en el Festival internacional Cine Bajo la luna de Islantilla, en Andalucía, por la película española que protagonizó, La jefa, de Fran Torres, con Aitana Sánchez-Gijón.
El deseo de actuar ya existía desde la adolescencia, pero fue «mágicamente» que «la actuación tocó la puerta de casa». Hace más de una década su madre le alquilaba una sala de ensayo al actor Ezequiel Tronconi. El destino hizo el resto y a la curiosa Cumelén el arte de las máscaras se le volvió una actividad de observación cotidiana.
Violetta 3, El encargado, Una flor en el barro, Parque Lezama son algunos de los títulos en los que trabajó, entre TV y teatro, pero fue El Marginal 3 el producto en el que su apellido empezó a sonar con fuerza por el alto voltaje de algunas escenas como «La Kari», una ex novia de Diosito (Nicolás Furtado) que lo visita en el penal de San Onofre.
Sanz ingresó al mundo laboral en los cines Hoyts de Abasto. Sus primeras tareas fueron como vendedora de entradas, pero en cuatro años ascendió a asistente de CEO. También trabajó en la empresa de estadísticas Ultracine. En el medio, castings, series, temporadas teatrales, rodajes. A los 27 renunció a la estabilidad económica para comprometerse de lleno en esa vocación que Alfredo Alcón definía como «un trabajo en el que día se come faisán y otro, las plumas».
Ahora, entre Movicoms ladrillo, cupés Fuego y shows de Ricky Maravilla al grito de Qué tendrá el petiso, Sanz, de jopo interminable, deja con ganas de más narración personal al espectador de la serie de Prime.
Su criatura repite «el papi», se sube a Ferraris rojas y le pone el cuerpo a escenas como el día en fue desalojada por la fuerza junto a su madre y a su hermano en la Quinta de Olivos. También aparece en momentos clave como el día que su padre le pregunta si debe seguir hacia la reelección a pesar del consejo de su «bruja» de turno. No hay mucha más presencia, pero se intuye que eso podría ocurrir en una segunda temporada…
-¿Cómo fue en detalle ese encuentro con Zulemita?
-Creería que fue mayo de 2023. Yo necesita sentir su energía, conocerla personalmente, escuchar sus anécdotas. Fue un muy lindo encuentro de poco más de una hora, me sentí aprobada. Me dio confianza. Ella fue super amorosa y no hubo una bajada de línea.
-¿Hubo devolución después de la serie?
-Hubo un mensajito que me guardo. Positivo.
-¿Quién creés que es ella en toda esta historia y quién su padre?
-Es una mujer que nació siendo hija de un político. Busqué ese lugar de hija, la única mujer, incondicional a él. De eso me agarré. Considero que su padre era sumamente carismático, seductor y ambicioso. Un animal político.
-Hay críticas bien distintas sobre la serie: algunos hablan del humor y el sarcasmo para contar un drama político y otros se refieren a un «lavado de imagen» de Menem. ¿Qué opinás?
-Está el sello de Ariel Winograd. Esa fue la forma que encontró él, pero no creo que esté enalteciendo al personaje. La serie arranca en un tono muy de pizza con champagne, los 90, y se empieza a oscurecer.
-¿Te ves parecida a Zulemita?
-No. Sí en que las dos tenemos un amor muy grande por la familia. Ella tenía un gran vínculo con su hermano, yo amo a mis hermanos, tengo dos más chicos por parte de mi mamá y uno más grande de parte de papá.
Fascinada con las locaciones como la quinta de Olivos y la casa Rosada, Cumelén dice que está acostumbrada a que las criaturas que interpreta la lleven a lugares inimaginados. Como cuando filmó en República Dominicana, Málaga y Madrid por la serie Ladrones: La tiara de santa Águeda, un thriller que se estrenó por Disney+. O aquella vez que pisó las tablas del Colón por La historia del soldado, una versión de la obra de Igor Stravinsky.
Desde aquel primer corto de 23 minutos, Usura, con Felipe Colombo, en el que encarnaba a una víctima de trata, la muchacha cuyo nombre significa -dice- algo así como «nacida en paz», busca no perder la paz que la mirada social puede robarle. «Hay gente que va detrás de la popularidad, no es mi caso. La fama es una consecuencia».
Formada con Cristina Banegas, Norma Angeleri, Matías Feldman y Santiago Gobernori, alguna vez soñó con regalarle un diploma universitario a su madre, pero no logró el ingreso al IUNA (hoy UNA, la Universidad Nacional de las Artes). «Le dije: ‘Má, no te puedo dar un título, pero te juro que voy a vivir de esto», dice aterrorizada antes de que le extirpen de una muela de juicio rebelde. «Esta profesión tiene altibajos, pero lo cumplí».
Hiperintuitiva, amante del tarot y estudiosa del tema, no es raro que Cumelén le consulte a las cartas cuando siente que necesita orientación y claridad para tomar algunos caminos. El tarot y lo esotérico, justamente, juegan un papel vital en la serie de Menem: hay dos «brujas», una pregunta y una respuesta de fuego a la que el entonces mandatario decide no hacer caso…
-¿Tenemos marcados un destino?
-No creo que el destino esté completamente escrito. Siento que se va construyendo a medida que avanzamos, con cada elección, con cada paso. También creo en esos desafíos de la vida que parecen inevitables y que, muchas veces, traen un aprendizaje detrás. El tarot, para mí, no determina lo que va a pasar, sino que es una guía, una herramienta que puede ayudarme a ver más claro o a escuchar algo que, en el fondo, ya sé. A veces me muestra cosas que me incomodan, que duelen o que no quiero aceptar… pero me interesa ver cómo atravesarlo y qué puedo hacer con eso.
-¿Elegimos realmente o creemos que elegimos y el resultado está prefijado?
-Yo creo que siempre se elige, incluso sin saberlo, sin estar del todo consciente de hacerlo. Y para mí, es en ese andar, entre lo que se presenta y lo que decido, es donde voy escribiendo mi destino.
Por Mariana Zucchi / Clarín
Editor: EM