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Independiente vs.Universidad Catolica: Violencia en la máxima expresión. Hay heridos graves.

*Los hechos de violencia se generaron cuando hinchas de la U arrojaron proyectiles durante el primer tiempo. Y ya nada detuvo la violencia: aunque se intentó proseguir, el partido está cancelado.

Estremecedor. De terror. Los gestos. El corte en el cuero cabelludo de un hincha de unos veinte años que camina en shock por la platea. La lucha cuerpo a cuerpo en la Pavoni alta, epicentro del caos que nadie pudo -nadie supo- frenar. Y que acabó en la anarquía. En tragedia.

Duele. Asusta el silencio. Se teme lo peor. El partido ya está cancelado: lo que ocurra con él dependerá de la Unidad Disciplinaria de la Conmebol. Aunque ese detalle es, acaso, el menos importante. Nadie en el Libertadores de América recuerda que se jugó durante 45 minutos y pico un encuentro de fútbol.

¿A quién le importa? Si un hincha, al borde de la desnudez, huye empapado en sangre mientras otro yace tendido. Si otros corren con palos. Si durante casi veinte minutos volaron trozos de mampostería desde la cabecera hacia las plateas. Pedazos de loza sanitaria de un baño hecho trizas transformada en proyectil. Como los elementos de limpieza que fueron saqueados de un sector de maestranza.

De terror. El gesto se define así. El hincha de Independiente tendrá unos cincuenta años y enseña desde el otro lado de la alambrada dos trozos de hormigón que acaban de caerle encima. A su lado, familias intentan huir a la platea para guarecerse de la lluvia de piedras que cae desde el sector alto de esa zona del LDA-REB. El que ocuparon los “hinchas” de la U de Chile. Los que desataron el caos.

El estallido comenzó en la previa con monedas arrojadas desde lo alto y se profundizó promediando el primer tiempo, con el juego ya 1-1. Nada en cualquier caso justifica lanzar trozos de butacas, palos y cascotes de una tribuna a otra. Acaso tan vergonzoso como la facilidad que tuvieron los violentos visitantes para accionar.

Para revolear maderones casi como jabalinas. Para arrojar una bomba de estruendo a modo de granada a una de las gargantas. Génesis de la locura.

Del otro lado de la frontera del campo de juego, los capitanes miran. Gustavo Tejera, el juez, los reúne: el intento de reanudar el partido fue infructuoso. También hay efectivos de la Policía. Se explica una situación que no amerita descripciones: está en carne viva el desmadre de una barbarie que no se detendrá.

Ni por el pedido de la voz del estadio, que amenazó con sanciones al club visitante si los hinchas no abandonaban “de inmediato” la cancha. Ni por las manos en alto de Charles Aranguiz y Kevin Lomónaco, rogando por que se detuviera. A metros de ellos, Julio Vaccari intenta tranquilizar a un padre y a un hijo que -desesperados- le narran lo que están viviendo del otro lado del tejido.

Hiela la sangre. La tensión escala a niveles insoportables. Nada hace mella en los que sembraron el terror. Nada los detiene. Ni nadie. Hasta se oyen cantos reclamando que la barra interceda en defensa, que contraataque. En las afueras, sobre los portones de la calle Bochini, hay cruces con la Policía. Pero luego la masa avanza.

¿Y la seguridad? ¿Y los controles? ¿Cómo llegaron ahí? ¿Por qué nadie intentó pararlo? Es tarde. Hinchas/barras de Independiente se meten en la cabecera alta con palos como garrochas. Brotan de los accesos como si se hubiera roto un dique humano.

La anarquía es dantesca, se eleva a otro estatus por el grado de violencia: es, dolorosamente, una cacería humana cuyos límites no están trazados. Golpes. Personas caídas, tendidas en el suelo, al parecer inconscientes. Tres, según los partes extraoficiales que circulan en las adyacencias del delirio, gravemente heridas.

Fanáticos que -según se pudo ver a través de videos que se viralizan en las redes sociales- se arrojan al vacío para huir. ¿Se entiende? No, no se comprende. Ni por qué pasó. Ni cómo se dejó que ocurriera. Ni qué puede llevar a uno, diez, cien hinchas, a iniciar la barbarie llevándola hasta el límite de la agonía: dos hinchas visitantes quedaron, por caso, en estado crítico. Y estremece. Duele. De terror.

*Nico Berardo /OLE

AGP

Editor: EM