Investigación

El hijo de Videla

Por Andrea Fruttero.- Los datos son precisos y contundentes y fueron desarrollados por Vicente Muleiro y María Seoane en la biografía El dictador.

En efecto, la monja francesa Léonie Duquet cuidaba junto a su compañera Alice Domon a Alejandro, el tercer hijo de Jorge Rafael Videla, quien padecía serios problemas mentales. Cabe recordar que tanto Duquet como Domon fueron secuestradas en un operativo realizado por el “Ángel de la Muerte”, Alfredo Astiz, y fueron arrojadas al Río de la Plata en los tristemente célebres “vuelos de la muerte”. Puntualmente, Alejandro Videla murió en la Colonia Montes de Oca en junio de 1971.

Pero vayamos a los orígenes de este drama familiar del dictador argentino. En efecto, Muleiro y Seoane, en la mencionada biografía, señalaron que “la llegada de Alejandro, en 1951, perturbó esa realidad apacible. Alejandro nació con una discapacidad cerebral que, rápidamente, se reveló de difícil resolución, aunque la pareja, durante los primeros años creyó que no se trataba de un problema irreversible”. Se señala que una de las causas de la enfermedad podría haber sido una operación de hernia de Alicia Hartridge (la esposa de Videla) durante su embarazo. En este sentido, puntualizan los autores que en los años cincuenta la anestesia que se utilizaba tenía un componente importante de gas y esto pudo haber incidido en los problemas mentales de Alejandro durante el proceso de plena gestación.

En este sentido, Jorge Rafael Videla no confirmó ni desestimó dicha versión. “Fue un problema genético –dijo durante una entrevista–. Yo tuve una comisión por esos años en Estados Unidos que iba a ser por dos años y luego se resolvió, finalmente, en un año y un par de meses. Por otra parte, es verdad que el Ejército me destinó para ver si podía tratar a mi hijo y enterarme si tenía posibilidades de mejorar. Lamentablemente, nos desahuciaron con respecto a mi hijo. Nos dijeron que las cepas del cerebro no se habían desarrollado y ya no lo harían. Nos sugirieron que había que internarlo en un lugar donde se ocuparan”.

Y así sucedió: más tarde fue internado en la Colonia Montes de Oca. No obstante, a todo esto, se iba a producir el secuestro de las monjas francesas Domon y Duquet. Precisamente, Vicente Muleiro y María Seoane sostienen en “El dictador” que “las religiosas no eran dos extrañas para Videla: habían cuidado a Alejandro Videla, su hijo oligofrénico, en Morón. Habían sido amables, piadosas y solidarias con esa desgracia familiar de Videla. A la monja Yvonne Pierron, compañera de Domon y Duquet, le costó creer que Videla no intentara nada cuando las hermanas Léonie y Alice fueron desaparecidas en manos de un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada. Es que a ella le constaba personalmente la ayuda de las monjas a la familia”.

Revelación de Miguel Bonasso

En un informe periodístico, el escritor y periodista Miguel Bonasso hizo saber que en junio de 1977 el suboficial retirado Santiago Sabino Cañas, que se había desempeñado en el sector de la administración de la Colonia Montes de Oca, realizó un desesperado pedido a Videla en relación a la desaparición de su hija, María Angélica, de 20 años. Apeló a sus sentimientos humanos y a la memoria de ese hijo suyo que había tenido internado en la Colonia Montes de Oca. Poco tiempo después, puntualmente el 2 de agosto de 1977, en La Plata eran acribilladas la ex esposa de Santiago Cañas, María Angélica Blanca, y otros dos de sus hijos a saber: Santiago Enrique, de 26 años, y María del Carmen, de 23. El que fuera administrador de la Colonia Montes de Oca, tal como determina el informe de Bonasso, llevó a cabo desesperados pedidos por su familia a Videla, invocando una y otra vez el recuerdo de Alejandro. Ante la insistencia, Videla contestó de manera fría y terminante: “Hay veces que yo no puedo hacer, hay cosas que escapan a mi control”.

Retomando la línea de investigación que Muleiro y Seoane llevaron a cabo en El dictador, los mencionados periodistas ampliaron detalles en cuanto a cómo se desarrolló la internación en la Colonia Montes de Oca de Alejandro Videla.

Los mismos consignan el siguiente testimonio: ”Alejandro había pasado poco más de siete años ubicado en el establecimiento ubicado en el pueblo bonaerense de Torres, a 12 kilómetros de Luján, que había sido fundado en 1915 para el tratamiento de oligofrénicos graves. El concepto humanitario de tratamiento y atención adecuado se fue degradando con el paso del tiempo. Ya en los años sesenta la Colonia Montes de Oca tenía el aspecto lúgubre y descuidado de una estación abandonada, tal vez la final para enfermos mentales sin retorno. Tras el regreso de Videla de los Estados Unidos, la familia ubicó a Alejandro en un hogar de Morón, donde compartía el tiempo con unos 10 chicos de similares características. Un médico, una enfermera y un matrimonio se hacían cargo de él. La estadía en el hogar que se alternaba con traumáticos regresos a la casa de Hurlingham había demando esfuerzos económicos y requerido la contribución de algunos de algunos parientes del matrimonio. Otro pariente acercó la alternativa de la Colonia Montes de Oca porque conocía personalmente al director, el médico Luis Bonich. Como es de práctica, cuando Alejandro ingresó en marzo de 1964 se encontraban los campos raleados y las cuadras penumbrosas de la colonia que décadas después cobraría funesta fama por las denuncias de muertes y venta de órganos de los internos, su padre fue designado cuidador por el juez”.

A todo esto “Alejandro fue ingresado con un grado de oligofrenia profunda cuya denominación médica es idiosia, esto es el mayor nivel de insuficiencia mental. La colonia tenía por entonces una población estable y dos desbordados médicos clínicos que no daba abasto con sus guardias de 24 horas”.

¿Un adelanto o previa de lo que le tocó experimentar a la doctora Cecilia Giubileo?

El informe continua con que su director, en 1998, Alberto Desouches, describió que en aquellos años “se depositaba al individuo como un objeto, el concepto era asilar o sea “para ser asilado y asistido médicamente”. Y se preguntan Muleiro y Seoane la siguiente inquietud: “¿Tenía el matrimonio Videla alguna alternativa más digna para ese hijo que depositarlo en la sombría colonia con el diagnóstico de oligofrenia y epilepsia?”.

Asimismo, se señala que “el médico Cleto Eduardo Rey, que integró el plantel del establecimiento desde 1967 y del que llegó a ser director asistente, aseveró que “en las oligofrenias pequeñas se puede tener el chico en la casa”. Y agregó: “Las más grandes obligan a que el chico se interne. Este era y sigue siendo el único instituto dedicado a la oligofrenia. Desouches, por su parte, informó lo siguiente: “En la historia clínica vemos que ingresó (Alejandro Videla) aquí a los 13 años. Un chico de esa edad y con ese cuadro debe de haber estado con niveles de excitación muy violentos”. El ex general se defendió de cualquier sospecha de abandono y destacó al respecto en una suerte de descargo: “Las visitas con la estanciera, los domingos después de misa, eran un ritual. Subíamos allí las cosas y en la colonia hacíamos el picnic durante la tarde. Esto fue así durante muchos años hasta que me enviaron a Tucumán y entonces, mi hijo mayor, Jorge, y su novia se hicieron cargo de visitarlo todas las semanas”. En la colonia confirmaron la presencia familiar.

En tanto, se determinó más adelante que “en la historia clínica hay un rubro sobre la situación social del paciente que monitorea las visitas de acuerdo a  con tres opciones: ‘Infrecuentes’, ‘Nulas’, ‘Con regularidad’. También se apunta el grado de participación de la familia en la Colonia Montes de Oca. Allí consta que los Videla integraron la cooperadora”.

Andrea Fruttero / AGP

Editor: EM