Relatos en primera persona Marcha del Orgullo: adultos mayores y orgullosos
En un contexto de retrocesos en materia de derechos y políticas públicas a favor de las diversidades sexuales y las mujeres, la movilización de este sábado se convierte no solo en un espacio de celebración, sino en un acto de resistencia. Testimonios de quienes están presentes desde las primeras marchas.
En la 33° Marcha del Orgullo LGBTIQ+ en la Ciudad de Buenos Aires una multitud se congrega en un acto que no solo celebra la diversidad sexual, sino que también refleja las luchas y esperanzas de una comunidad que enfrenta un clima político desafiante. Con el ascenso de Javier Milei a la presidencia en diciembre pasado, los sentimientos de alegría y unidad de esta jornada se entrelazan con preocupaciones sobre el futuro. Así lo relatan quienes marchan este sábado en Plaza de Mayo quienes están presentes desde las primeras movilizaciones. Sin embargo, el optimismo por las nuevas generaciones, pese a los embates de la vigente gestión conservadora y ultraderechista, es irrevocable.
«Antes te miraban feo, no estaba bueno. Ahora, un taxista que me trajo apoyaba la marcha del orgullo. Para un taxista, eso es un montón«, reflexiona Hernán Molina, de 60 años, que comenzó su activismo en la época de Carlos Jáuregui con la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Hoy, asegura, «los pibes tienen otro chip». «Excepto con los de La Libertad Avanza, que son violentos. Con esos no se puede ni dialogar«, matiza. Para Hernán, aunque hubo avances, todavía quedan varios desafíos. «Es indispensable que haya un Estado presente, que te acompañe amorosamente».
María Morales, una ex fotógrafa y actual feriante de 68 años, asiste hoy a su cuarta Marcha del Orgullo. «La participación de la gente es cada vez mayor. El año pasado vi familias enteras, algo impensado en mi juventud en Salta, donde muchas veces la realidad se oculta«, comenta. En su familia, cuenta, hay historias muy diversas marcadas por el conservadurismo de la provincia: una de sus sobrinas logró ser escuchada y respetada cuando dijo que era lesbiana, pero su sobrino no tuvo la misma suerte cuando contó que era gay y terminó alejándose de sus parientes.
Mientras en el escenario se despliegan una serie de espectáculos musicales y en la vereda se ubican decenas de puestos de feria, Jennifer, de 64 años, cuenta que asiste por primera vez a este evento para acompañar a su nieta Ludmila, quien está celebrando su segundo aniversario de novia con Dolores. «Es maravilloso, por mi edad me siento emocionada», expresa la mujer.
Para Ludmila, de 19 años, también es un momento especial. «Esta es mi primera vez en una marcha tan grande. En Santa Teresita, de donde soy, hay menos espacio para ser una misma. Acá no te sentís juzgada«, afirma. Las tres viajaron durante cuatro horas desde la ciudad balnearia para participar de la Marcha del Orgullo en CABA. Al respecto, la joven agrega: «Pocos chicos y chicas en nuestro pueblo se sienten acompañados por sus familias. Así que vinimos a abrirnos y apoyarnos».
«En mi juventud me costó asumir que era lesbiana libremente, fue un camino de conocerme y romper barreras, y encontrar que hay lesbianas de todo tipo y que no era rara, sino una más», recuerda Yamila Lencina, una docente escolar de 40 años.
Sobre eso último, explica que se «sentía un poco un unicornio, sin referentes». Y describe: «Había dos mujeres en el barrio, pero eran señaladas como ‘lo raro'». Según sus recuerdos, el ambiente con el que se rodeaba era «muy hetero cis católico», lo que la obligó a quedarse «en el molde». «Por eso comencé a vivir mi sexualidad ya siendo una mujer adulta, con otra seguridad distinta a la de una adolescente. Una vez que me di cuenta que era parte de mí y era feliz con eso, no me costó compartirlo con mis amigos y familia… pero ya era adulta», señala.
Lencina fue a su primera Marcha del Orgullo hace años con una novia, y recuerda la sensación de fiesta y alegría: «Yo recién empezaba a salir con chicas, así que fue sentirme con una libertad plena poder andar por la calle de la mano«.
Al respecto del presente, reflexiona que aunque «no hay hoy por hoy un Carlos Jáuregui, las primeras luchas siempre quedan inmortalizadas».
En tanto, Roberto Clerici, de 61 años y tesorero de Sigla (Sociedad de Integración Gay Lésbica Argentina), se une a la marcha desde hace más de diez años. «Nunca dejé de venir. Es una fiesta para todos«, afirma, reflexionando sobre su propio camino desde el duelo de su ex marido hasta el activismo.
«El principal obstáculo que tuve en mi vida fue mi primer marido: lo conocí seis meses después de divorciarse de su esposa con tres hijos. Él tenía una homofobia internalizada muy grande. No se aceptaba. Ese fue mi mayor obstáculo, tratar de que él pudiera ser feliz conmigo y con él mismo. Desgraciadamente, un cáncer se lo llevó, y no terminó de aceptarse tal cual era… Pero, felizmente, el segundo marido es completamente opuesto», asegura, y señala hacia los carrozas ubicadas sobre la Avenida de Mayo: «Tengo que hacer un esfuerzo enorme por bajarlo de éstos». Para Clerici, el apoyo de las familias es crucial para una diversidad sexual sana: «La juventud tiene una seguridad admirable, algo que me llena de esperanza«.
Graciela Suárez, ya jubilada, dice que asiste cada año a esta marcha, y afirma que comparte su compromiso pese a no pertenecer a ningún grupo del colectivo LGBT: «Vengo a apoyar porque es importante. Por eso me pinto la cara y me pongo la remera«, remarca orgullosa, señalando todos los brillos que adornan su rostro y la remera a rayas de colores.
La activista trans «Tía Giovanni», con un espíritu combativo, expresa: «Vine a pasarla bien, a pelear por nuevos derechos y por los que nos quieren sacar. Estamos cansadas, pero no hay que dividirse, hay que seguir luchando. Uno tiene que tener fuerza, voluntad y amor. No queda otra».
A pesar de la diversidad de experiencias, todos comparten un sentimiento común: la necesidad de seguir luchando por un futuro inclusivo. «El futuro es de los jóvenes, no de los viejos como yo», concluye Roberto.
AGP/P12
Editor: EM