A 90 años de su nacimiento; ALEJANDRO VIGNATI, de San Andrés de Giles hacia el Universo
Por Carlos Parodi.- Existen escritores para los cuales la poesía y la escritura representan senderos sin rumbo fijo que transcurren por zonas plenas de belleza, locura y misterio. Escritores cuya aventura real del descubrimiento no consiste en encontrar paisajes deslumbrantes, sino en brindarles otras miradas.
Alejandro Vignati expresó como pocos la intensidad de su vida en cada uno de sus textos.Había nacido en el plácido pueblo de San Andrés de Giles, en octubre de 1934 y soñaba con recorrer el Universo mientras leía las historietas de “Flash Gordon” y diseñaba modelos de aviones de madera balsa. Fue un niño de salud frágil y una madre cariñosa y protectora que lo llevaba de la mano al colegio. Sus profesores lo admiraban por el ingenio de sus respuestas y por los acalorados planteos filosóficos y existenciales que lo caracterizaban. Un profesor decidió que Alejandro Nicolás Vignati tenía que estudiar la carrera de Química y hacia allá fue. La Ciudad de Buenos Aires lo aguardaba, presto a devorarlo con sus incipientes grupos de poesía y también de resistencia universitaria, tan fervorosos hacia mediados de los años 50. Rendía exámenes de Química con excelentes calificaciones y también alternaba sus lecturas académicas con la de los grandes poetas que iluminaban sus madrugadas en la pensión estudiantil.
Pero algo sucedió. Se vinculó con esos iracundos grupos de poetas comandados por el genial Miguel Grinberg y entonces su vida cambió una vez más.El súbito arrebato espiritual de Alejandro Vignati lo llevó a transitar otros rumbos en los que alternaron Río de Janeiro y Perú hasta su desembarco en España, previo paso por Cabo Cañaveral para maravillarse ante el despegue del “Apolo XI” y el Festival de “Woodstock”. Advirtió intimamente que su propio mundo ya no le alcanzaba. Fundó la revista “2001 Periodismo de Anticipación” y revolucionó el periodismo argentino con exquisitas crónicas que deslumbraban a propios y a extraños.Publicó libros de poesía, organizó festivales de lectura y participó de antologías de literatura de Ciencia Ficción argentina.
Si en Río de Janeiro había transitado por la mendicidad, en Barcelona se dio el gusto palaciego de rentar un apartamento en “La Pedrera”, el emblemático edificio de Gaudí. Asistió a exposiciones de arte, conoció al artista Julio Le Parc y a Gabriel García Márquez, a la vez que visitaba a su amigo Joan Manuel Serrat y deambulaba por las noches locas de la bohemia catalana.
Publicaba extraordinarias crónicas anómalas de los sitios más extraños del planeta como secretario de redacción de la revista “Mundo Desconocido”. Escribía libros y reseñas por encargo, mientras conducía un programa de radio durante las madrugadas, que escuchaban los taxistas y los somnolientos estudiantes. España toda se rendía a los pies de este “Loco” hermoso que los apasionaba con sus libros y con su verborrágica alocución. La vida errante de este joven oriundo de San Andrés de Giles lo llevó a pernoctar a orillas del lago Ness en Escocia, a hacer auto- stop en rutas inhóspitas y a recorrer los pasadizos húmedos y oscuros del castillo de Vlad Tepes, en Transilvania.
El sempiterno conde Vignati, se paseaba con su capa de terciopelo negro y firmaba sus libros ante la admiración de sus lectores. Su llama poética se encendía ante cada viaje. La observación precisa, la mirada sarcástica, las polémicas y peleas con sus colegas y el descubrimiento de lo insólito conformaban su constelación. Alejandro Vignati fue un personaje tan inclasificable como la literatura que produjo. Escribía cartas a familiares y amigos de Buenos aires contando aquellas penurias existenciales y financieras que lo acosaban. Con todo, fue un best seller con su libro “El Triángulo Mortal de las Bermudas” el cual desplazó de las listas al mismísimo “Gabo”.
Regresó en 1979 a Argentina pero nada resultó como él hubiera querido. Vivió en el hogar de su hermano Amílcar, su esposa y sus hijos Silvana y Alejandro en el barrio de Caballito. Pero era prácticamente un outsider, un disruptivo que no encajaba en la movida literaria y periodística porteña, presa de la censura de la dictadura militar y la violencia policial. Pocos amigos lo cobijaron: el doctor Antonio Las Heras, el crítico de arte y poeta Carlos María Carón, don Américo Barrios y por supuesto, su añorado amigo Miguel Grinberg quien le dio espacio en su revista “Mutantia”, así como Andrés Cascioli en varias de sus publicaciones.
Emprendió un viaje a Venezuela en la búsqueda de un nuevo destino pero sin saber que representaría su última morada física en este mundo. El fuego de este poeta irreverente se apagó finalmente en un simple cuarto de hotel en Caracas en agosto de 1982 y la noticia, un mes después, la recibió su adorada sobrina Silvana Vignati.
Alejandro Nicolás Vignati dejó tras de si un legado poético y periodístico que no solamente excede las clasificaciones, sino que las rompe en mil pedazos. Muchos lo recuerdan como un “loco lindo, algo intenso”, pero ese calificativo pueril por parte de los “cretinos”, esos resentidos que nunca faltan, es apenas un renglón entrecomillado dentro de su vasta obra literaria y de una vida tan intensa como fantástica. Sumergirse en sus libros es una aventura fascinante que muy pocos escritores argentinos pueden provocar. Definitivamente Alejandro Vignati, el “Viajero Eterno”, seguirá sobrevolando siempre por nuestras mentes y nuestros espíritus.
*Carlos Parodi, periodista, escritor / Editor EM