Manifiesto contra la cultura chatarra
Por Eduardo Sanguinetti. – A modo de prólogo de este manifiesto, devenido en editorial ocasional, mi sistema de creencias y descreencias, es de una importancia fundamental, por y para el conocimiento, devenido en pensamiento aplicado, para de una vez por todas dar la Batalla Cultural.
A la manera rilkeana, meditare sobre mis huellas, intentando construir una arqueología de la significación de mi paso en el acontecer de la cultura de este tiempo. Unas huellas que, por su insistencia, transmutan el recuerdo individual en social.
Saber es acordarse, hacer no lo es menos. Mi accionar, dentro de la cultura degradada del eco-capitalismo burgués, opera en un límite despiadado, y, por cierto, implacable, intentando torcer la proa de las tendencias reinantes, conformadas por un reciclado atroz de maneras y manías, con sus juicios y parcialidades, repugnancias y fantasmas, a los que antepongo desde hace décadas mis presentaciones performativas de escritura, sonido, imagen y concepto, ante la emergencia de una comunidad disoluta que ha perdido su alma.
La cultura-chatarra es post existencial; vuelve incierto el dónde estamos, oscurece el adónde vamos, desbarata el dónde estuvimos. ¿Quiénes nos creemos que somos? ¿Quiénes queremos ser?… Restaurar, reordenar, rearmar, reformar, renovar, revisar, recobrar, rediseñar, retornar (los mármoles del Partenón), rehacer, respetar, rentar: los verbos que empiezan con re- producen cultura-chatarra.
La cultura-chatarra será nuestra tumba. La mitad de la humanidad contamina para producir, la otra mitad para consumir… La cultura-chatarra está reescribiendo el Apocalipsis; quizás muramos intoxicados de oxígeno… La ecología y la economía se han unido en el espacio-chatarra como ecolomía.
La economía se ha vuelto fáustica; el hiperdesarrollo depende de un subdesarrollo artificial; una enorme burocracia global se ha puesto en marcha para saldar las cuentas, en un colosal yin-yang, entre cultura-chatarra y el fútbol, entre lo mutado y lo eliminado.
La cultura-chatarra es política: depende de la supresión central de la facultad crítica en nombre del placer y el confort. La política se ha vuelto un manifiesto de Photoshop, planos inconsultos de lo mutuamente excluyente arbitrados por ONG opacas.
El confort es la nueva justicia. Enteros estados en miniatura adoptan hoy la cultura-chatarra como programa político, instauran regímenes de desorientación planificada, incitan a una política de desorden sistemático.
No es exactamente un “todo vale”; de hecho, el secreto de la cultura-chatarra es que es promiscua y represiva: mientras lo informe prolifera, lo formal se atrofia, y con él todas sus reglas, normas, recursos… Babel ha sido malinterpretada. El lenguaje no es el problema; solo es la nueva frontera de la cultura-chatarra.
Deseo y creo humildemente haber logrado sumergirme en instinto y sentidos, con la razón como sombra de mis acciones, en el pensamiento, inaugurando un modo de vida donde a través de la experiencia, en los límites, aparece la propia identidad y una forma expresiva total: en mi obra, la escritura se hace filme, la instalación pierde su reposo, la música se convierte en acontecimiento performativo, el body painting deviene en manifiesto indignado y se obtiene la coexistencia de las posibilidades que llevan adelante ideas e ideales del pasado reciente y se perpetúan a lo largo de un camino de doble dirección, que liga la emergencia del minimal art a la recuperación de Duchamp.
Es evidente que la dualidad que presenta un pasado obsoleto puede organizar una lista interminable de parejas conceptuales, organizadas por el sistema, en detrimento de la posibilidad de ser sin divorciar las emociones y la razón, unidas y sin encontrarse en las antípodas, afirmando nuestro deseo en un acto de coraje, deconstruyendo el karma, dando lugar a lo inesperado, que siempre aguarda.
Una fusión del arte y la vida, o una transfusión de arte y vida, pero no sin antes determinar quién es el anfitrión y quién el huésped. Los museos son espacios-chatarra tímidos; no hay aura más robusta que la de lo sagrado, con sponsors corporativos que mantienen con vida al muerto.
Para dar cabida a los conversos que han atraído por defecto, los museos convierten el espacio “malo” en espacio “bueno”; cuanto más rústico el roble, más amplia la zona de ganancias. Templos llevados a la escala de tiendas departamentales: la expansión es la entropía del tercer milenio, diluirse o morir…
Los curadores, recién cocinados en tienda de accesorios, que sellan la muerte del autor-dios, planean, en un laberinto de signos, muestras y encuentros inesperados con la estética kitsch, del comerciante: la lencería se vuelve “desnudo, acción, cuerpo”, la cosmética “historia, memoria, sociedad”… La cosmética es el nuevo cosmos…
En su marcha imperial «Rey Momo», de proveedor de contenidos, el arte va más allá de los límites cada vez más amplios del museo. Afuera, en el mundo real, el “planificador de arte” propaga la incoherencia fundamental del espacio-chatarra asignando mitologías muertas a superficies residuales y urdiendo obras tridimensionales en los vacíos sobrantes.
Buscando la autenticidad, su mano sella el destino de lo que era real, lo incorpora al espacio-chatarra. Las galerías de arte se mudan en masa a los “márgenes”, después convierten el espacio en bruto en cubos blanco.
El único discurso legítimo es la pérdida; el arte llena el espacio-chatarra en proporción directa con su propia morbidez. Antes renovamos lo vaciado, ahora tratamos de resucitar lo desaparecido…
Con todo, el conocimiento implica responsabilidad y hoy nuestro conocimiento de la realidad es inmenso y también nuestra responsabilidad sobre ella.
Esto significa que el arte y la filosofía no deben ser tanto el testimonio de los tiempos como el modo en que las personas sienten y piensan, pues la academia siempre es una, tanto si dice hablar en nombre del pasado, como del presente o del futuro; frente a ella, el arte y la filosofía servirán a las personas, no a los tiempos ni a los espacios ni a los lenguajes.
El arte y el pensamiento hoy no necesitan ocultar sus torpezas y sus miserias tras un esplendor espectacular. Una obra sutil y compleja crea un espectador sutil y complejo y viceversa. Por ello no puede confundirse lo popular con lo público. Mi obra es pública y punto.
He devenido en una actitud y aptitud neoestoica tras atesorar datos de mi transitar por esta existencia, donde la categoría de lo real está vinculada con el entramado discursivo de las formas de representación de mi historia, una historia de este tiempo, que me determina a obrar aisladamente, otorgándole sentido al lenguaje filosófico, literario, musical, performativo y fílmico, en una ficción que se constituye en espacio de trascendencia, proyectándose a un futuro incierto, inaprensible en el acto de poder narrarlo.
Réplica indignada a la desintegración de la identidad cultural de este tiempo donde una civilización de la cosa (el ser bajo el signo del paisaje se hizo cosa), carente de vida propia, llegó a ser, poco a poco, atmósfera.
En el espacio virtual es luminoso, por ende irresistible. Una sobredosis de TV realidad nos ha vuelto guardianes amateurs de un universo-chatarra… Desde los pechos vitales de la violinista clásica, hasta la barbita de moda del paria de Gran Hermano, la pedofilia contextual del ex revolucionario, las rutinarias adicciones de las estrellas, el maquillaje derretido del evangelista, el robótico lenguaje corporal del conductor, los dudosos beneficios de la maratón para recaudar fondos, las explicaciones oportunistas del político chatarra.
En los años 70´ del siglo 20, no me cansaba de repetir, frente a los estímulos de otra sociedad posible, con un entusiasmo que no podía ser disimulado, que desmentía ruidosamente «desde abajo» a los teóricos y críticos de la industria cultural y de la sociedad capitalista que «desde arriba» preveían una nivelación cada vez más deprimente del estándar cualitativo hacia planos cada vez más bajos, al alcance de los hombres del futuro, gradualmente más condicionados e imbéciles.
Sólo cuando me harté de discurrir, descansé un tiempo en una conclusión. No hubo apoyo teórico; me puse en acción con la espontaneidad de la emergencia, arribando a lo que hoy se denomina minimalismo, al que he definido, como reto ocasional de Jean Baudrillard, en unas jornadas de crítica, celebradas allá por los años ochenta, como «lo máximo en lo mínimo».
Así fui, a instancias del nomadismo, multiplicando mi intervención en las denominadas nuevas tendencias; e insisto en re sostenido: sin apoyo teórico alguno.
Dar de una vez por todas un giro de ciento ochenta grados al estado de las cosas en la aldea global, se impone con urgencia, que no debe ser silenciada, donde se debate un futuro demasiado próximo, donde todo lo que deba hacerse será hecho, sin lugar para la comprobación cierta de nada.
Mientras que el poder espectral, preñado de teorías clandestinas de finanzas que instala la Ley de Mercado, propone modelos simuladamente suaves, la realidad dispone y se entrevé rotunda, agria y dura como una trompada.
¿Cómo nombrar a un sistema que denuncia como reaccionaria a cualquier crítica? ¿Acaso como una especie nueva de despotismo que se pretende definitivamente dialéctico por lo que resulta antidialéctico? ¿Acaso como un pluralismo fundamentalista que se previene contra todo cambio pero proclamándose la era del cambio, contra toda discusión y toda relativización pero proclamándose la era de lo relativo?
Una situación de bajas defensas perfecta para el advenimiento de todo tipo de nostalgias de disciplina o de la obsesión de la diferencia: la puerta abierta a fundamentalismos, racismos, academicismos y mesianismos camuflados de progreso.
La autoría se transforma en autoridad, en estatus, la profanación se vuelve sagrada, el culto y la transgresión de los límites se transforman en una forma de centralidad excéntrica y la realidad se transforma en sujeto del destino, mientras que el autor es apenas su objeto.
Las polaridades se han mezclado, no queda nada entre la desolación y el frenesí. El neón significa tanto lo viejo como lo nuevo; los interiores hacen referencia a la Edad de Piedra y a la Espacial al mismo tiempo.
Como el virus inoculado, la cultura chatarra, sigue siendo esencialmente, aunque solo en sus manifestaciones más estériles, de alta tecnología (¡hace apenas una década parecía tan muerta!)… Hoy ha reencarnado en su formato más degradante.
Los murales mostraban ídolos; los módulos del espacio-cultura-chatarra están diseñados para mostrar marcas comerciales; se pueden compartir mitos: las marcas registradas dosifican el aura a merced de grupos de mercadotecnia. Las marcas en el espacio-cultura-chatarra cumplen el mismo rol que los agujeros negros en el universo: son esencias por donde desaparece el significado…
El espacio real editado para transmitir en el espacio virtual es una bisagra crucial en un ciclo infernal de retroalimentación… La vastedad del espacio-chatarra llevada a los bordes del Big Bang.
Porque vivimos puertas adentro, como animales en un zoológico, nos obsesiona el estado del tiempo y de las tendencias importadas de los imperios del diseño y la publicidad: el 100 por ciento de la TV consiste en presentadores poco atractivos que gesticulan desesperados frente a formaciones agitadas por el viento, a través de las cuales uno reconoce, en ocasiones, su propio destino o su posición actual.
Conceptualmente, cada monitor, cada pantalla de TV es el sustituto de una ventana; la vida real está adentro, el ciberespacio se ha vuelto el gran afuera… La humanidad siempre habla de cultura, de modo excesivo, no vaya a ser que los tilden de ignorantes o brutos, de todos modos legitimados en su ser y hacer.
¿Qué pasaría si la cultura comenzará a mirar a la humanidad? ¿Acaso esta cultura-chatarra invadirá los cuerpos? ¿A través de las ondas del teléfono celular los fagocita?, creo, ya lo ha hecho… Y hoy con la infiltración de IA en sus prácticas plagiarias de contenidos, que toman miles de años de civilizaciones, sin dudas, remasterizadas a conveniencia de los que hacen buenos dividendos, ante la imbecilidad de sociedades descerebradas.
Vida significa aquello que expresa una mutación, un devenir que puede separarse de sí mismo, convertirse en una eliminación y atraer lo extraño, transformándolo en sí mismo. El hombre desde siempre ha desarrollado la diferencia en la relación, y la relación en la diferencia, convirtiéndolas en una obsesión de la diferencia.
Esta práctica nunca ha sido fructífera, especialmente si el anfitrión se niega a dejarse llevar por el virus de la diferencia. Por ello han temblado, a lo largo de los siglos, civilizaciones que han tenido su apogeo y su caída y los mitos y las entrañas de nuestra temporalidad cultural, fragmentada desde el origen.
La vida siempre fue y será una hipótesis de supervivencia, una prueba experimental de supervivencia enmarcada en algo que denominamos realidad, que no será resuelta en el juego del conocimiento ni del pensamiento, elevados a símbolos, a fetiches, y donde nosotros, sujetos del destino, en nuestras prácticas de relación, no nos encontramos fuera sino dentro de los términos de la ecuación.
El desafío sería vivir sin la ficción de los valores fijados por el régimen capitalista y el Imperio y acatados por las colonias, penetradas por todos los flancos. No más allá, sino más acá del bien y del mal, del entusiasmo y la decepción, de creencias y del nihilismo. Aquí donde todo es cercano, apasionante, doloroso y vivo.
(*) Filósofo (Cambridge, Inglaterra), poeta, performer, ecologista, artista y periodista argentino. Pionero en el arte performativo. Precursor del minimalismo en América Latina y del Land Art según Jean Baudrillard. Autor del «Manifiesto de los indignados contra el neoliberalismo» año 2011. Miembro-asesor de The World Literary Academy (Cambridge, Inglaterra), «Biography of the year Award» Historical Preservation of America (1986), «Man of the Year» IBC Cambridge 2004, Honoris Universidad de Bologna, Nominado en dos ocasiones a la Beca Guggenheim. Miembro activo de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
Eduardo Sanguinetti para AGP
Editor: EM