Suplemento ABRALAPALABRA

Edgardo Miller y una revelación en su testimonio sobre Anastasio Quiroga

Por Alejandro C. Tarruella.

Jamás, a lo largo de su vida, el músico jujeño Anastasio Quiroga pretendió ser más que nadie. Tan plantado estaba en su existencia, que no precisaba de palabras estridentes, grandes discursos, academicismos. Era breve como esa brizna del viento que lo llevaba. Su saber era en parte ese sentimiento de estar estando, cantar para vivir, no echar al olvido lo que sus antepasados le dejaran por ahí estaba una de las claves de su existencia: el respeto por el otro, los otros, la naturaleza y la cultura que lo contenía.

Y sucede algo extraño en este libro, “Anastasio Quiroga. Pastor de Cabras”, que realizó con la colaboración de Leda Valladares. El autor parece haber percibido esos ríos profundos y sobre ellos trazó un reconocimiento que se sostiene en su propia experiencia de vida. Porque el trabajo que presenta Edgardo Miller es una compilación basada en su quehacer de periodista. Así, como un baqueano que conoce el sonido de los ripios y el polvo de los caminos, va trazando un itinerario que no tiene otra pretensión que la de recoger la vida narrada de Anastasio Quiroga para entregarla a sus lectores. No es ni más, ni menos su intención. Y por eso, desde el relato sencillo, afirmado en reportajes, citas, búsqueda de ciertos momentos singulares de la vida del creador andino que parece querer poco más que lo sientan en su andar sobre el mundo como quien monta una cabalgadura y lleva su memoria para compartirla, logra hacer sentir con hondura la significación de hombre que nos representa. No ya en el mestizaje americano en el que nos plantamos sino desde la América como totalidad histórica y vivencial. Miller logra traernos en Anastasio a la América viva que es nuestra madre tierra, la que nos hizo y nos rehízo a quienes llegamos en nuestros ancestros de otros continentes. Y nos comunica que esa América nos hace suyos en la presencia única de ese hombre atravesado por los vientos y la música de andes.

Miller trae a Rodolfo Kusch, el filósofo con quien podemos abordar una nueva dimensión de América, la que Amelia Podetti hace iluminar al expresar que es precisamente América, el lugar del mundo donde se confirma el universo. Kusch indagó al músico, poeta, caminador que bajó desde la Quebrada de Humahuaca, y dijo que “… don Anastasio es todo un pujllay, jovial, dicharachero y siempre correcto. Nunca pretende contestar las preguntas, sino que soslaya la respuesta directa y prefiere utilizar un aforismo, un proverbio o un cuento con el cual dice todo lo que realmente piensa…” Y halló que así no confronta, procura sencillamente eludir los muros, sortearlos y avistar los atajos por donde alcanzar un nuevo lugar donde esté el nosotros que hace la vida. Y recoge que Anastasio entiende que “el respeto sirve para ser disciplinados, organizados, sensatos, prudentes, buenos amigos, tener en cuenta el verdadero y único amor, y sabiendo distinguir entre el amor falso y el verdadero amor. Para mí el verdadero amor nace del respeto, después hay muchos amores.” “… hay muchos amores, pero ninguno es auténtico. El único auténtico es aquel que nace del respeto. Ese es el único que en realidad puede ser perdurable desde el principio hasta el fin porque nace de un elemento sumamente importante como es el respeto, por eso yo le diría a la humanidad, no solamente a los de mi pueblo, a los de mi país, como he dicho en otras partes: ¡Haced morir o desaparecer el respeto y la vida será un inmenso mar, sangre y lágrimas! Que lo analicen los estudiosos si no lo creen así.”