Suplemento ABRALAPALABRA

«Un llamado», un cuento de Mercedes Spinetta

Juana había vivido ese último tiempo negando la realidad. El alzhéimer de su madre no existía, solo estaba un poco olvidadiza.

Un llamado

Juana había vivido ese último tiempo negando la realidad. El alzhéimer de su madre no existía, solo estaba un poco olvidadiza. Sus hijos adolescentes no tenían problemas en la escuela, el tema era que sus profesores no los querían, por eso los desaprobaban y su marido seguía siendo un sol. Si no venía a casa solo era porque tenía mucho trabajo; si llegaba casi siempre después de cenar era, seguro, porqué algún amigo lo había invitado. 

Ya no tenían proyectos en común y para ella era simplemente porque estaban creciendo a destiempo.

A Juana no le faltaba nada. Siempre había en casa plata para gastos superfluos. Cada quince días Ricardo, su marido, le enviaba un ramo de flores. Coincidía cuando ella tenía una reunión de amigas y una vez por mes recibía de parte de él algún regalo importante, un anillo, una cartera, un par de zapatos. Todo para Juana era como un paraíso, solo no lograba entender porque hacía tanto tiempo que él no la tocaba. Ya no había intimidad, nada que ella hiciera lograba excitarlo. Ricardo siempre tenía una excusa, era raro que a él siempre le doliera la cabeza, que no le permitiera entrar en la ducha cuando se estaba bañando o que disimulara interesarse por la lectura de un libro en la cama.

A todo Juana le buscaba un justificativo. Era más fácil no ver, aunque todo estuviera a la vista, entonces, capaz nada de esas cosas que a veces sentía eran ciertas. Una buena venda en los ojos permitía seguir creyendo que su vida era la correcta, la que se había imaginado, la que quería. 

Ese sábado a la mañana, todos hacían algo en la casa. Los adolescentes estaban castigados por ratearse del colegio, y después de escuchar una reprimenda, con discurso ejemplificador a cargo de su padre, baldeaban el garage. 

Sonó el teléfono, Juana atendió, tranquila y cómoda. Del otro lado una voz de mujer joven, dura y nerviosa le notificó que ella estaba embarazada de Ricardo.

Hizo como que no le importaba y habló con orgullo, habló como una cornuda digna, como que ya lo sabía y como que nada de eso que le contaban, la iba a inmutar.

Pero mientras hablaba el piso se iba abriendo despacio y los listones de madera la abrazaban desde los pies, hundiéndola en una oscuridad absoluta.

¡Qué no se note! ¡Qué no duela! Por favor ¡qué no sea cierto! 

El tema fue cuando cortó. Primero un silencio obsceno se instaló a su alrededor y luego un odio inmenso cubrió su cuerpo.  Ya los listones no la hundían más y ese rencor subía desde los pies, se afincó en el útero, y estrangulaba su garganta. Trató de tragar para bajar ese odio a algún lugar que fuera más cómodo, pero no podía.

Un embarazo era un milagro divino, menos este, porque no era correcto, porque no era producto del amor, porque no podía estar pasando. Una mujer como Juana prolija, creyente y activa practicante del catolicismo, no debía odiar.

Pero sí, odiaba con todas sus fuerzas. No sabía a quién iba dirigido, si a esa mujer embarazada que llamó, al psicópata de su marido o a la Juana ilusa, que por más que tuvo todas las señales no quiso ver.

Con el tiempo el odio fue bajando por su cuerpo y pudo otra vez instalarse por ahí abajo, no sé bien dónde. Aunque mientras estuvo cerca de la garganta le permitió desahogarse con esas cosas que un buen cristiano no debe hacer y es mejor no contarlas.

Mercedes Spinetta por Adriana Vignolo

Nació en la ciudad de Buenos Aires. Es docente jubilada. Madre de cuatro hijos y abuela de seis nietos con los que comparte charlas, proyectos y con alguno de ellos, el amor por la literatura. Descubrió el placer de leer y escribir de la mano de su padre, librero de profesión y autodidacta. Él le enseñó que a través de un libro se pueden descubrir mundos nuevos y placeres desconocidos. Realizó cursos y talleres literarios, pero al dejar la docencia se dedicó específicamente a incursionar en este fascinante mundo de la escritura.

Y si, su apellido resuena por todos los rincones. Ni hace falta que lo nombre. Son primos Mercedes y “el flaco». Y esos lazos de sangre entrañables se despliegan y hacen su magia como parte de una herencia bien aprovechada donde con palabras dulces desgarran carnes dolientes al son de una melodía exquisitamente interpretada.

Un llamado alcanza para que las notas salten del pentagrama.