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Araceli, nieta de Mercedes Sosa: por qué dice que como heredera “la paso horrible” y sufre ser la “guardiana” de la obra de La Negra

Hija de Fabián Matus, militante, cuenta a fondo su vida. Músicoterapeuta, se empleó en geriátricos, es cantante y docente. Por qué cerró la sede de la Fundación.

Una puerta que se abre en Ezeiza y acomoda todas las piezas del rompecabezas. El primer gran recuerdo de la abuela la devuelve a Araceli al aeropuerto, minúscula, viendo pasar valijas de su altura. Los adultos hablaban de «acontecimiento»: la gran Mercedes Sosa en su vuelta del exilio.

Era 1981 y un grupo alborotado esperaba el avión que regresaba a “La Negra” a su patria. Araceli Matus, de cinco años, se abrazaba a la mujer del poncho después de silencios, amenazas y persecuciones. Ese tótem llegaba a casa para darle otro sentido a su vida.

Usaba pañales Araceli cuando a su abuela y a su padre los llevaron detenidos en lo que sería el último recital antes del exilio de Mercedes. En el Almacén San José, en La Plata, en octubre de 1978, «La Negra», que le había jurado a los dueños del local que no entonaría «ninguna canción prohibida», se despachó con Cuando tenga la tierra y abrió las ventanas para que escucharan los de afuera.

Oficiales de civil activaron alarmas y esa noche se gestó lentamente la despedida de la Argentina. “Nací en 1976, no tengo recuerdos conscientes de mi abuela hasta su vuelta al país. No fue una infancia muy alegre hasta después de la democracia, estábamos escondidos, yo no podía decir nada», arranca el relato.

Debajo de su gorro de lana con orejas, el vivo retrato de Sosa. A medida que la hija de Fabián Matus descubre su cara va ofreciendo mosaicos de Mercedes, su pelo, el vértice de las cejas, la mirada.

Hasta hace unos meses, en un geriátrico de Chacarita, esta musicoterapeuta de bajísimo perfil usaba su don y su historia para transformar la soledad y la apatía de varios residentes de la tercera edad.

Desde que la voz de su abuela la envolvió por primera vez, lleva la convicción de que el sonido atraviesa, purifica, sana. Licenciada en musicoterapia, cantante, docente universitaria, gestora cultural, porteña, 47 años, hoy es la guardiana de la obra de La Negra, pero está lejos de vivir el cuento de hadas de la heredera del mito.

-¿Cómo es ese rol de “guardiana” hoy?

-Sufrir. Hoy no tengo bastante vida más allá de la Fundación Mercedes Sosa, algo que me está haciendo bastante mal. Estoy apurándome cada vez más para resolver infinitas cosas y poder ocuparme de tocar y cantar. El anteaño decidí dejar de dar clases en la universidad y de atender en el geriátrico porque eran trabajos muy mal pagos. Y para trabajar ad honorem, prefería trabajar para mi abuela.

-¿Qué hace un musicoterapeuta?

-Es muy amplio. Es como preguntar qué hace un psicólogo. Nosotros también escuchamos, pero nuestro marco teórico no tiene que ver solamente con el lenguaje hablado. Desde antes de recibirme trabajo con adultos mayores en cuestiones de deterioro cognitivo, demencias, Alzheimer. Eso era lo que me gustaba.

-¿Por qué pensás que te gusta trabajar con la tercera edad?

-Creo que por el lugar que tenía mi bisabuela en la familia. De parte de mi madre no tuve abuelos porque mamá perdió a sus padres pequeña. Mi bisabuela, la madre de Mercedes, sostenía esa estructura grupal. Lo que me pasaba con las infancias respecto a mi carrera era que podía dedicarme a niños, pero muchas veces la locura tiene que ver con el entorno adulto…. en cambio a un viejo ves que la familia no lo visita y uno piensa: no sabemos cómo fue esa persona antes.

-¿Tu tarea es vincularlos con la música?

-A veces no. El objetivo es que algo se mueva, que algo cambie. En la psicología eso tiene que ver con la palabra hablada, en la musicoterapia puede ser o no. En un momento era un debate dentro de nuestra disciplina: ¿Se habla o no se habla? Me acuerdo de un profesor que era psiquiatra y la tenía mucho más clara que los musicoterapeutas. Él decía: “¿Pero cómo, cuando el paciente pregunta «qué tal como le va», usted qué le va a responder, Toc, toc toc? ¿Cómo no vamos a hablar?”. La musicoterapia tiene que ver con la expresión, lo sonoro, la escucha, el baile o el silencio. El silencio es parte. Yo espero y escucho.

-¿Y la música como trabaja sobre un adulto mayor?

-El falso mito es que ponés un tema y algo cambia. Si se puede hablar de una cura, eso tiene que ver con un vínculo, ya sea grupal o individual. Cambia algo en relación a lo que te pasa con ese que te está asistiendo o tratando. Si lo querés ver desde la neurología, es cierto lo que ocurre con la música, pero el cambio está más en lo afectivo. Cuando una persona está empezando a perder la memoria, o el registro de quién es o dónde está, es posible que un canto o una música lo centre o lo ayude. Pero no tiene que ver con música, es más con lo sonoro, con lo que nos rodea.

Historia de un dolor

Las grandes pérdidas constituyen a Araceli. Desde las primeras horas de vida tuvo que aprender a desprenderse. El 11 de noviembre de 1976 su madre parió mellizos, pero Nahuel Ernesto, de un kilo y unos gramos más que Araceli, no sobrevivió. Los primeros 40 días la beba las pasó en una incubadora.

Sus padres se conocieron militando en La Federación Juvenil Comunista. Ella 30, él 17, la diferencia de edad de la pareja mantuvo a Mercedes «un tanto distanciada» de su hijo. «Era Pocho Mazitelli, el marido de mi abuela, el que mantenía la comunicación», cuenta esta nieta del músico Oscar Matus (el primer marido de «La Negra»).

A los dos meses de vida, Araceli ya viajaba acoplada a los músicos por cuanta provincia visitara «La voz de América». En enero de 1977, por ejemplo, el clan armó la valija con biberones y chupetes rumbo a Cosquín.

El hábitat natural eran los teatros, los ensayos, las pruebas de sonido. No resultaba extraño que mientras ella viviera en su micromundo infantil, interactuara con Ariel Ramírez, León Gieco, Charly García. «Cuando la abuela volvió del exilio e hizo los 13 Ópera, se filmó un documental en los viejos estudios Panda, y a mí me habían puesto una cajita para dormir debajo de la consola del operador».

Su infancia transcurrió en una casa en Recoleta, entre temores y consejos de «no contar nada». El jardín de infantes lo cursó en Barracas (el 95) y la primaria en la escuela Doctor Rafael Herrera Vegas. De aquellas experiencias no emanan buenos recuerdos. «La directora reivindicaba a Videla. Siempre me quedó eso de no hablar».

Al juego más divertido con Mercedes le llamaba «Guerra de canciones». Consistía en premiar el saber de quien tuviera más repertorio. Después del colegio, los duelos de Scrabble, de adivinanzas, de ludo, construían el vínculo amoroso abuela-nieta. «La Negra» siempre ganaba en la competencia de resistir la respiración. «Así no vale», se quejaba Araceli. «Vos tenés una caja torácica inmensa».

Era la única de la familia que no llamaba «Marta» a Mercedes. Doña Ema del Carmen Girón, la madre de «La Negra» había querido nombrar a su hija así y aunque en la partida de nacimiento figuraba Haydée Mercedes, Marta se impuso en el clan. «Esa era mi impunidad de porteña», se ríe. «Eso y el no tratarla de usted, como todos trataban a los mayores en mi familia».

-Un tatuaje de Mercedes en la espalda. Con lo bueno que incluye tu «equipaje» también debe ser un peso enorme, una carga sobre la espalda…

-Amo a mi familia y no es un peso. A veces es molesto. sí, el prejuicio y la ignorancia sobre la vida mi abuela y sobre la mía.

-¿Qué hacés específicamente en la Fundación a casi 15 años de su muerte?

-La fundación no tiene sede física formalmente desde hace un mes (estaba en Humberto 1° al 300). Por decisión mía. En un edificio de casi 300 años, se ponían muchas trabas de habilitación. Cuando empezó la pandemia, insistí en mudarnos a un edificio que estuviera habilitado para actividades culturales. Si bien todas las gestiones son difíciles, pensé que con la de Alberto Fernández no, y sí, son todas difíciles, no importa el partido. Logramos firmar un convenio con el Ministerio de Cultura para poder mudarnos y empezar a funcionar en el Centro Cultural Borges. Esa situación tardó un año y nueve meses. Una vez que firmé el convenio nunca me dejaron mudar.

-Uno pensaría que como nieta se te abren un montón de puertas…

-La paso horrible. No se me abre ninguna puerta, es un pensamiento fantasioso como sociedad. Mucha hipocresía, sí, sobre todo en la política, no me sorprende ni me desilusiona. La fundación mi padre la creó en 2011, y desde ese entonces yo veo esto. No es una gestión en particular que me desilusiona, es todo lo mismo. Mucho es de la boca para afuera y les importa nada la cultura y Mercedes Sosa.

-¿Podrías seguir cuidando el legado de tu abuela sin la fundación?

-Sí, lo que pasa es que la figura de una fundación da un marco legal que ayuda mucho, tiene una misión que cumplir. No sería lo mismo. Igual estoy pensando seriamente en disolver la fundación, porque es inhumano. Pero si yo la disolviera, parte de mi tiempo seguiría en esto, porque como heredera me tendría que ocupar muchísimo de mis derechos y responsabilidades. Cada vez más se usa el nombre de mi abuela sin autorización. Y no hay plata para pagar a un abogado y que se ocupe de las cosas rápido y mande cartas documento a medio mundo.

Araceli, la que canta distinto

Comparte con Mercedes esa aguja que va desde la suavidad a la bravura sin escalas. «Modosita nunca fui, vengo de una familia de mujeres fuertes», se describe esa a la que su abuela soñaba «médica».

A los siete empezó a estudiar piano con Pichona Sujatovich y en la adolescencia entendió que «no hay piano en todos lados y había que amigarse con la guitarra». Canta desde siempre, pero hace dos años, con su primer Gardel en el rubro Nuevo artista (por el disco Matuseándose), los oídos de miles empezaron a posarse en esa voz dulce que algunos críticos catalogan de «disfónica».

«¿Por qué no voy a cantar si lo hago bien? Siempre me molestó que aparezca la comparación, me dan ganas de boxear a todo el mundo porque es imposible una comparación con cualquiera. Las personas necesitan encasillar».

Araceli se rebeló contra el padre y la abuela en una cuestión «religiosa» que no tuvo negociación: desechó la posibilidad de calzarse la camiseta de River y se hizo hincha de Boca por su madre. «¡Lo que gasté a mi papá y a Mercedes cuando ella cantó con Pavarotti en la Bombonera! ¡Les hice la vida imposible! Pisé el césped, me revolqué, me volví loca», se ríe. «Me falta tatuarme a Boca y al Diego. El día que mi abuela fue a La noche del 10, obvio fui con ella y no me dejaron acercarme ni a 300 metros. Se murió él, se murió mi papá, me quedé sin hombres importantes».

-¿Qué te gusta cantar?

-Por lo general cosas tristes.

-¿Vas a editar nuevo disco?

-Cuando junte plata.

-¿De manera independiente? ¿No aparece una discográfica?

-No va a venir ninguna discográfica a editarme. Soy realista. Yo no funciono en el mundo discográfico de este momento. También es una decisión no amoldarme. No me genera ningún sentido.

Uno imaginaria que tu abuela dejó en una buena posición a sus herederos, a vos y a tu hermano Agustín…

-Mirá, mi abuela ganó mucha plata, era una persona muy generosa, que regaló muchos autos y departamentos. Le dio plata a medio mundo y vivió. Hace 15 años el mundo era distinto y ella era cantora, no era compositora ni autora y la forma de generar dinero era cantando o grabando discos. Ella grababa y la discográfica le daba una plata y ya está. «Prestame 15 mil dólares», venía uno, y ella nunca se negaba. Esa plata no volvía nunca. No era una estrella de Hollywood, sí la pasaba mejor que mucha gente.

-¿O sea que sos una argentina más que está sobreviviendo económicamente?

-Yo estoy en el horno. Y no quiero saber nada con el estado nacional, con ninguno. Estuvimos en las gestiones de Cristina, Macri, Alberto y cuando ganó Milei dije «bueno, ok, si ya me fue mal con todos los otros, con este me va a ir peor». Imaginate que el presidente de mi país y la vicepresidenta de mi país quieren la muerte del comunismo… Mi familia y yo lo somos.

-¿Algún gurú del marketing te ofreció ser «la prolongación» de tu abuela?

-No, porque no estoy cerca de eso. No es parte de mi vida el marketing, por eso me va tan mal. Una vez en una revista me obligaron a ponerme un poncho. Eso me parece ridículo.

-¿Cómo es tu vida como militante comunista en 2024 y con un gobierno libertario?

-Estamos acostumbrados a las desventajas y hay mucho prejuicio y tanta la ignorancia acerca de lo que es el comunismo o el socialismo. Se piensa sólo en Lenin o en la Cuba comunista. Y si el capitalismo tampoco sigue siendo igual, nosotros creo que mejoramos. El mundo cambia.

-¿Se hace difícil encajar?

-No, es parte de mi vida. El mundo es cada vez peor y no va a mejorar.

-¿Qué creés que diría tu abuela de un gobierno como el actual?

-Estaría hablando y diciendo lo que hay que decir, que el pueblo no está mejor. El semejante sigue sufriendo y hay gente que no se va a levantar más. Me duele muchísimo. No es sólo Milei. Milei es lo que vemos, pero es mucho más fuerte y siniestro lo que no vemos.

Por Marina Zucchi P/ Clarín Fuente.

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