Militancia, amenazas y un bolazo: como se inició Pepe Mujica en la política
Publicado por editorial Planeta, «José Mujica. Otros mundos posibles» presenta la historia política del expresidente uruguayo y un extenso análisis de su pensamiento.
osé «Pepe» Mujica es, quizás, uno de los últimos políticos de izquierda cuyo estilo de vida es coherente con su discurso anticapitalista, anticonformista y profundamente impregnado por una visión del mundo que bien podría definirse como utópica. El exguerrillero, militante político y expresidente de la República Oriental del Uruguay entre 2010 y 2015 es, desde hace años, uno de los máximos referentes de las izquierdas internacionales, respetado y admirado por su pensamiento y sus discursos, fuente de inspiración para nostálgicos, soñadores y todos aquellos que no quieren aceptar el statu quo de la sociedad occidental contemporánea.
En «José Mujica. Otros mundos posibles», publicado por la Editorial Planeta, el historiador, docente e investigador uruguayo Gerardo Caetano presenta, junto a un extenso grupo de colaboradores y utilizando entre otras fuentes más de 15 horas de grabaciones obtenidas durante cinco entrevistas con el exmandatario, una reseña, la más completa hasta la fecha, de su visión internacional y de su pensamiento geopolítico, desde lo particular del Uruguay hasta lo más general de la región y del mundo entero.
A partir de ese novedoso material y de la preexistente y amplia bibliografía sobre Mujica, Caetano y su equipo de colaboradores hacen una construcción sistemática del pensamiento geopolítico del líder y referente uruguayo, con extensos pasajes dedicados a la relación entre el Uruguay y las dos potencias regionales limítrofes, Brasil y Argentina, hasta llegar al discurso y a la visión quizás utópica pero ciertamente superadora del expresidente, exguerrillero y agricultor, que tantas personas ha inspirado a lo largo y a lo ancho del mundo y que le valieron fama y reconocimiento internacionales.
A continuación, un fragmento del segundo capítulo del libro, que narra los orígenes de Mujica y sus primeros vínculos con la política:
José Mujica Cordano, conocido como “Pepe”, llegó a sus 89 años el 20 de mayo de 2023. Su larga vida estuvo –y aún se mantiene así– llena de peripecias, luchas y desafíos: de su acercamiento juvenil a la política en un partido tradicional a ser uno de los principales líderes de la izquierda uruguaya; de la lucha por la liberación nacional a la convicción integracionista latinoamericana; de la guerrilla y el calabozo a la presidencia; de ser uno de los líderes más escuchados en las Naciones Unidas a la floricultura en su pequeña chacra en Rincón del Cerro. Buena parte de su derrotero político y personal lo compartió con su compañera y esposa, Lucía Topolansky, desde la lucha armada y la prisión hasta la incorporación a la izquierda partidaria, el auge de su figura y la experiencia de gobierno, enmarcándose estas últimas experiencias en el cotidiano devenir hogareño de la vida en pareja.
Mujica comenzó a ser conocido en Uruguay en su calidad de integrante del Movimiento de Liberación Nacional –Tupamaros–. Posteriormente, su figura alcanzó difusión mundial cuando presidió Uruguay entre 2010 y 2015, siendo elegido como candidato presidencial para las elecciones del 2009 por el Frente Amplio (FA), la histórica coalición de izquierda uruguaya. Este ascenso se dio en el marco de la confirmación de la izquierda como el actor más importante de la política uruguaya del siglo XXI, lo que en sí mismo constituye un fenómeno significativo en la historia nacional. Mujica fue quien tuvo mayor proyección mundial, mientras su popularidad en el país compitió con la del dos veces presidente Tabaré Vázquez. Mujica es uno de esos curiosos casos en el que la fama y repercusión de una figura pública se fundamentan en la aceptación masiva de sus reflexiones, así como en la coherencia entre éstas y su vida personal. Esto, entre otras cosas, se debe en buena medida al lugar destacado que lo internacional ha asumido en la propia praxis política de Mujica, en la que combina teoría y práctica, lectura y charla con la gente, pensamiento y acción. La aproximación sistemática a su pensamiento internacional que propone este libro, necesariamente debe partir de su biografía para comprender cómo acompañó las transformaciones del Uruguay y el mundo durante estas nueve décadas.
Mujica nace en 1934, hijo del Uruguay “feliz y próspero”, de la primera mitad del siglo XX, muchas veces considerado como la Suiza de América. Aquel “país modelo” tenía a la estabilidad democrática y a un Estado fuerte (protector de los sectores débiles y mediador entre empresarios y trabajadores) como signos distintivos, sostenidos por la modernización impulsada por el primer batllismo (Caetano, 2019). El Uruguay de aquella época era visto como un “laboratorio social” (Morás, 2000) donde el progreso científico permitía experimentar con nuevas técnicas y normativas que facilitaban una mejor calidad de vida a la población. Esta situación diferenciaba al país del resto de Latinoamérica (una región usualmente caracterizada por la inestabilidad política, el autoritarismo, la desigualdad y el conservadurismo social), lo que redundó en el arraigo social de ideas acerca de una supuesta “excepcionalidad uruguaya” y de una “insularidad” del país respecto a la región.
Sin embargo, en la década de 1930 aquel país idílico acusó el impacto de la debacle económica de 1929, lo que entre otras cosas posibilitó la concreción de un golpe de Estado en marzo de 1933, liderado por el entonces presidente Gabriel Terra. Esta situación continuó deteriorándose a partir de la posguerra (coincidiendo con la consolidación del cambio de la hegemonía mundial, que pasó del Reino Unido a Estados Unidos), cuando el agotamiento del modelo sustitutivo de importaciones y los inicios de la crisis del retornado Uruguay batllista acabaron sumergiendo al país en una larga depresión económica, social y política, que tuvo el corolario del triunfo nacionalista en los comicios de 1958 y 1962 y luego una deriva autoritaria y violentista, en un complejo proceso que terminó desembocando en la última dictadura civil-militar (1973-1985). Esta situación implicó, también, el cuestionamiento de aquella pretenciosa narrativa de la excepcionalidad uruguaya en el marco de un movimiento crítico que permitió poner en tela de juicio la concepción de un país al margen de las angustias y los infortunios de Latinoamérica, comenzando a objetarse su identidad internacional asociada al accionar estadounidense y a percibirse lo insostenible que era aquel modelo de país en el largo plazo, a la luz de las transformaciones del sistema internacional de posguerra. Como parte de esta revisión crítica del relato de país, también comenzó a tomarse conciencia de que algunos de los progresos sociales y virtudes atribuidas al Uruguay, en realidad, se circunscribían a Montevideo y sus zonas adyacentes (donde el batllismo se hacía fuerte), o, a lo sumo, a las capitales departamentales del interior, subsistiendo realidades mucho más desoladoras en el medio rural.
“Eso de ‘como el Uruguay no hay’, que somos ‘la Suiza de América’, eso era un bolazo”, explica justamente Mujica, en una de las entrevistas realizadas para la elaboración de este libro. Debe recordarse que él vivió su juventud en este escenario, donde comenzaron a desplegarse el incipiente deterioro social y la creciente disconformidad popular. Como señaló Francisco Panizza (1991), el surgimiento de la guerrilla tupamara en la década de 1960 debe ser inscrito para su comprensión en el trasfondo de la crisis de la hegemonía política batllista, sin desmedro de que dicho fenómeno fue gradual en sus efectos y no interrumpió abruptamente la vigencia de muchas de las herramientas integradoras que el país y el Estado ofrecían, desde las leyes garantistas de las libertades individuales y sindicales, hasta un sistema educativo público de calidad. De algunas de ellas se valió el propio Mujica para su formación política y humana. Mujica creció en Paso de la Arena, una zona de la periferia oeste de Montevideo, más rural que urbana. Hijo de Demetrio Mujica Terra y de Lucy Cordano, su ascendencia combina vertientes ibéricas e italianas, como sucede con muchos uruguayos. En términos políticos, por ambos lados su familia era predominantemente blanca. (…)
La profesión de aprender a ser entre Argentina y Brasil
En 2012, siendo presidente, Mujica participó en un almuerzo con empresarios del sector turístico en Punta del Este. Aunque la primera imagen que nos podemos hacer de un evento de tales características no llevaría a pensar demasiado en clave geopolítica, en ese espacio Mujica dijo: “Somos un fino algodón entre dos cristales, los países no se mudan, nos toca vivir entre Brasil y Argentina y acá estamos acampados en la tranquera del Río de la Plata. No hay equilibrio, porque nosotros somos muy chicos, por lo tanto tenemos que ser doblemente inteligentes. La administración del río y lo que pasa [por él] es una cuestión esencial para los uruguayos, es una causa nacional, un frente grande y común. Debiéramos tener el grado de inteligencia de darnos cuenta de que podemos tener diferencias en veinte cosas, pero hay cosas que nos tienen que unificar. El interés del país significa que este país funcione, sea una puerta de entrada. Tenemos que cultivar esa identidad y esa relación que es difícil. Nunca meternos adentro de los líos de la política argentina, eso es problema del pueblo argentino. Pero saber lidiar con todos y ser amigo. No es la confrontación nuestro camino, es la habilidad negociadora. El más pequeño tiene que ser hábil, inteligente”. (Presidencia, 20 de diciembre de 2012).
Mujica planteó esto ante un grupo de empresarios, porque entiende al turismo como parte de una estrategia de proyección e inserción internacional del Uruguay. El pasaje citado ilustra cómo lo internacional permea la forma en que piensa las políticas públicas. Dado que no se puede escapar del lugar geográfico en el que se está, Mujica lo considera fundamental para pensar tanto la política nacional como la internacional. De hecho, en una de las entrevistas, señaló que la política exterior es “la política nacional más importante”. Al respecto, nuevamente aflora su estilo pragmático y su racionalidad económica (expresión, tal vez, tanto de sus antecedentes herreristas como de su oficio de chacrero): “Creemos que la inserción internacional es decisiva para el destino del país, para el trabajo, para el intercambio. De nada sirve producir, si no se vende bien, si los números no cierran. Para que esto pueda ser así, en parte, depende de la habilidad de tejer las relaciones de carácter internacional”. (La República), [8 de diciembre de 2010]. No obstante, esta perspectiva no siempre estuvo presente en la mirada de Mujica, sino que es hija de su trayectoria y debe entenderse en su contexto histórico.
Este capítulo aborda el relacionamiento con Argentina y Brasil –vínculos privilegiados en la búsqueda de satisfacción del interés nacional– en el marco de la posición geopolítica que Uruguay ocupa en la Cuenca del Plata, centrándose en dos asuntos interrelacionados. El primero apunta a mostrar el modo en el que Mujica piensa la política exterior y cómo atiende al gravitante entorno inmediato de una región definida por estos dos actores claves. El segundo refiere al análisis del modo de relacionamiento efectivamente desplegado durante su gobierno, para con ambos países, procurando así dar cuenta de una dialéctica entre pensamiento y acción. Como surge del fragmento de Methol Ferré citado al inicio del capítulo, para Mujica la geografía –y, por lo tanto, la geopolítica– resulta cardinal. La metáfora de la “esquina del barrio” presupone una necesaria socialización, donde para poder proyectarse hacia afuera primero es necesario concertar con los otros actores del entorno cercano, pero subrayando, a su vez, que resulta relevante hacerse respetar para salvaguardar la soberanía. A ello se le suma una doble actitud: negociar y ser hábil mediador, atributos que aparecen en el pensamiento de Mujica como piezas centrales del lugar y la función de Uruguay en la región. Desde ese “quisquilloso berretín” realista de pensar en la importancia de la soberanía, la cuestión nacional es parte de un papel amortiguador de conflictos entre los dos grandes Estados de la Cuenca del Plata que da sentido a la metáfora del “algodón entre dos cristales”.
La mirada de Mujica sobre la política exterior como política pública también va más allá de los Estados, atendiendo a las fuerzas sociales y los grupos de interés. El afuera y el adentro se entrelazan y los actores se conectan entre sí más allá de sus entornos nacionales. Para el expresidente, las fronteras son espacios de encuentro y no meros límites que separan, algo que percibe con claridad en la historia de la región, en la que ese Uruguay-frontera cumple la función de amortiguador entre los dos grandes países hegemónicos de la región, y debe afrontar, también, el desafío de ser un nexo entre sus vecinos, como postulara Methol Ferré hace más de cincuenta años.
Mujica piensa, entonces, la relación con Argentina y Brasil “a lo ancho y a lo largo”. Es decir, tanto en el relacionamiento de Uruguay con ambos Estados, como respecto a los vínculos de ambos países entre sí y con otros, especialmente, con las grandes potencias mundiales. También es “a lo largo”, porque él todo lo piensa en el devenir histórico. Por ello, el gran asunto de la soberanía nacional parece ser la perspectiva desde la que entiende la relación con la región. Argentina y Brasil forman el primer círculo concéntrico a considerar en el relacionamiento externo del país, en una visión internacional definitivamente heredada por Mujica de Luis Alberto de Herrera. Por ello, para “defenderse” de los grandes poderes extrarregionales hay que integrarse, sostiene Mujica. Pero siempre resguardando la soberanía nacional. Para lograr este objetivo, Argentina y Brasil pueden ser amenazas y fuertes aliados a la vez.
Si bien durante su presidencia Mujica logró mejorar el relacionamiento con Argentina –que durante el anterior gobierno del Frente Amplio fue muy complicado como consecuencia de un conflicto desatado por la instalación de dos plantas de procesamiento de celulosa sobre el río Uruguay–, persistieron problemas considerables en el comercio bilateral, la gestión compartida de cursos de agua y desencuentros a nivel del Mercosur, lo que llevó a Mujica a referirse en varias ocasiones a “la paciencia estratégica” que es necesario mantener con Argentina, concepto que dice haber adoptado de la presidenta brasileña Dilma Rousseff. (Habla el presidente), [M24 Fm, 24 de noviembre de 2011]. Por otro lado, su gobierno apostó fuertemente por Brasil, incluso llegando a sostener que su estrategia de política exterior se resumía en la siguiente afirmación: “Uruguay tiene la decisión política de viajar en el estribo de Brasil”. (Portal 180), [4 de mayo de 2010]. Debe advertirse de inmediato que, pese a su decisión firme en ese sentido, no fue posible alcanzar los ambiciosos objetivos planteados en el vínculo con este socio en el plano de la integración industrial y de infraestructuras. Sobre este panorama general, a continuación son relevados separadamente para Argentina y Brasil los fundamentos intelectuales y biográficos conjugados en la aproximación de Mujica a ambas relaciones bilaterales, así como los principales temas e hitos del vínculo con los dos países, para luego definir aspectos que expliquen las diferencias en los relacionamientos alcanzados con uno y otro.
En lo que tiene que ver con Argentina, Mujica sostuvo en varias oportunidades –y también en las entrevistas realizadas para la preparación del presente volumen– que Argentina y Uruguay “no solamente son hermanos, sino que son gemelos: nacieron de la misma placenta”. Esta metáfora encierra toda una mirada estratégica, asentada en una profunda racionalidad histórica y condimentada con toques de romanticismo. Aquí se entrelazan no solo sus lecturas ya comentadas del revisionismo histórico, sino también elementos de su peripecia familiar y derrotero vital. Como se ha visto, su abuelo partió a la Argentina para evitar combatir en la guerra civil de blancos y colorados de 1904. En sus veranos de infancia en Carmelo, Mujica fue “relojeando” el acontecer de la otra orilla del Plata. En la Confitería La Gloria de esa localidad vio la TV por primera vez y nunca más se le olvidó aquella imagen inaugural: un canal argentino transmitía un discurso de Juan Domingo Perón. De ese modo, el vínculo con Argentina echa raíces en la infancia, recorre su curiosidad por los movimientos nacional-populares y se vincula con su pasión por la lectura del revisionismo histórico que floreció allende el Plata.
En la narrativa de Mujica se elabora una idea de historia común de Argentina y Uruguay. Su lectura del pasado busca ser una plataforma para pensar el presente, comprenderlo y proyectar algunos senderos hacia el futuro. El relato revisionista de Mujica reivindica el carácter regional del federalismo artiguista como parte del federalismo rioplatense. En una de las entrevistas que nos concedió sostuvo que “hacer a Artigas uruguayo es achicarlo”, a la vez que recordó la cruzada de 1825 como una muestra de identidad compartida en la consigna “argentinos orientales”. Juan Manuel de Rosas es visto por Mujica como un antiimperialista federal platense, que en el marco de la Guerra Grande se plantó de manera resistente ante los imperios. Mujica proyecta esa rebeldía con lazos regionales a la figura de Bernardo Berro y los prolegómenos de la guerra de la Triple Alianza. Si bien en su relato del pasado parece esbozarse la idea de “una nación, dos Estados”, su derrotero narrativo desemboca en las experiencias nacional-populares. Esta perspectiva le permitió superar rápidamente el largo estancamiento del conflicto con Argentina por las plantas de celulosa que se había prolongado a lo largo de todo el período del primer gobierno de Tabaré Vázquez (2005-2010), lustro durante el cual las relaciones bilaterales posiblemente se mantuvieron en el nivel más bajo desde la década de 1950.En ocasión del velorio de su amigo Methol Ferré, durante la campaña electoral de 2009, Mujica anunció que, de ser electo presidente, resolvería el conflicto en los primeros meses de su mandato, apostando una botella de whisky al político blanco Romeo Pérez Antón (Hernández, 2019).