Autores y académicos con una apuesta por la literatura y la historia
Romero, Lojo, Peirano, Lorenz, Gorelik y Perochena listan sus lecturas preferidas de este año.
Eduardo Sacheri, Los días de la Revolución (Alfaguara). Eduardo Sacheri es un profesor de historia bien formado y responsable. Lee a los buenos historiadores, entiende los problemas del oficio y tiene opiniones claras sobre el «relato». Además es un excelente escritor. Todo se conjuga en este libro sobre la Revolución de Mayo, que combina narración, explicación y problematización, amen de sabrosas controversias. Esperamos que sea el primero de una larga serie.
Antony Beevor. Rusia. Revolución y guerra civil. 1917-1921 (Crítica). Antony Beevor es un reconocido y prolífico estudioso de la historia contemporánea, y en particular de sus guerras. Ha escrito algunos libros clásicos, como Stalingrado. En Rusia. Revolución y guerra civil. 1917-1921 reconstruye el complejo proceso que siguió a la revolución soviética de Octubre de 1917, y la larga guerra entre «rojos» y «blancos».
Sus escenarios son tantos y tan variados como lo era el Imperio ruso y luego la Union Soviética. Los mira a todos simultáneamente, con abundante información, explicaciones sucintas y escasa síntesis. De esto resulta un libro de lectura tan útil como trabajosa.
Jaime Correas, Fraile Aldao. Un general de la Santa Federación (Marea). El fraile Aldao fue un caudillo mendocino contemporáneo de Quiroga y de Rosas. Fue comandante militar y gobernador de su provincia, y estuvo presente en las guerras civiles, hasta su muerte en 1842.
En Fraile Aldao. Un general de la Santa Federación el escritor y ensayista Jaime Correas exprime a fondo los escuetos datos disponibles sobre su vida y reconstruye las conflictivas pasiones de un hombre con destino de guerrero y de patriarca, atormentado por la culpa de su apostasía. Tras la atractiva biografía encontramos una estimulante incursión en el difícil género de la novela histórica.
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Por María Rosa Lojo
Las obras de investigación y ensayo suelen tener menos prensa en los recuentos y balances. Mujeres en revolución, otros comienzos (Eduvim, Córdoba), coordinada por Graciela Batticuore y María Vicens, es uno de los tomos de la Historia feminista de la literatura argentina (dirigida por Laura A. Arnés, Nora Domínguez y María José Punte).
Un gran proyecto que instaura otra perspectiva sobre nuestras letras con la ambiciosa estructura de una obra colectiva y coral. Este tomo en particular entrelaza tiempos y voces, va del siglo XIX al XXI, rastreando genealogías olvidadas.
Celebré mucho la reedición de las excelentes biografías que Cristina Mucci escribió sobre Silvina Bullrich, Beatriz Guido y Marta Lynch: un trío célebre en su momento que la crítica académica no tomó demasiado en serio, por razones de popularidad y de género también.
Este libro que las reúne bajo el título Las olvidadas (Sudamericana) vuelve a ponerlas en la agenda de las relecturas, con un relato atractivo y una acertada percepción crítica.
Morir lo necesario (Grijalbo), de Alejandro Roemmers, se lanzó en la FIL de Buenos Aires. Es una novela que sorprende y conmueve desde el marco del policial clásico, sin limitarse a él. Lo que realmente importa, más allá de la bien tramada intriga, es el drama existencial. No se trata ya solo de “quién lo hizo”, sino del “por qué”, presentado en su complejidad.
Muestra, así, cómo las responsabilidades sociales y familiares se entretejen con las malas decisiones personales y con las coyunturas infortunadas. Los desencuentros entre padres e hijos, la masculinidad patriarcal apoyada en destructivos prejuicios y valores, aparecen como factores fundamentales en este proceso.
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Por Gloria Peirano
Solo por la emoción, de Anne Carson. Autora de cabecera en mis lecturas desde hace años, en este libro Anne Carson compone un ensayo poético que traza, a partir de fragmentos, una singularísima reflexión sobre las relaciones entre hombres y mujeres, la soledad, el viaje de la escritura en sí misma y el viaje como tópico en sus textos, esta vez desde Quebec hasta Los Ángeles.
La pluma exquisita de Carson sabe cincelar la memoria como una melodía perturbada y nos entrega otra vez un libro inolvidable en la traducción de Patricio Grinberg.
La poda, de Florencia Fragasso. Se escribe podando, parece decirnos en su libro Florencia Fragasso. Y también: ¿qué es un jardín sino también la poda de ese jardín? Crece si se resta, se amplía si se reduce, lo mínimo es mejor que lo grandilocuente. La poeta se mueve dentro de las sensaciones con una sutileza que no menoscaba intensidad.
Voy de naranja/como el taco de reina/expandiendo sin rumbo/mis pisadas, escribe. Versos como hojas de plantas, versos como herramientas de jardinería, con una voz poética consolidada en la que aparece la casa como espacio de escritura, a la manera de Marguerite Duras: la casa interna, la poda invisible, la ventana propia.
Charo, de Juan Fernando García. En el epígrafe de Charo de Juan Fernando García se lee a la poeta Alicia Genovese: el amor no registra/saber acumulado/es pura aceptación. Un padre muere. En la tapa se observa la figura de un hombre desdibujado, tal vez antes de ser padre. El nombre propio, Charo, parece el punto de partida para la invención del hijo. Artificio que Juan Fernando García se ocupa de desmontar en este libro que no le teme ni al dolor, ni al amor, ni a la aceptación.
Texto de duelo, pero de duelo inflexible, en el que la emoción se trasvasa al lenguaje y alcanza al lector como tocó al deudo, del modo en señala Roland Barthes en Diario de un duelo: Nadie nunca sabe hasta qué punto alguien puede ser alcanzado. Sigo una sombra/y en mi sombra/te veo, dice el poeta. La sombra suave y triste de este libro me acompaña desde lo que leí.
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Por Federico Lorenz
Este primer año de presencialidad plena en las escuelas tras la pandemia me encontré con dificultades para concentrarme en las lecturas imprescindibles de trabajo per, a la vez, con gran necesidad de recuperar mi espacio de encuentro con los libros.
Sesión en una tarde de lluvia, de Mark McShane (la Bestia Equilátera) es un libro breve pero intenso, una historia en la que la suerte y las características de los personajes se combinan de una manera atrapante. Una médium londinense y su esposo se complotan para secuestrar a una niña y ganar fama ofreciéndose como guías para encontrar a la desaparecida. Desde el momento que ponen su plan en marcha, la historia se complica. La novela tiene un final inesperado y perfecto.
Disfruté, por mi devoción por el autor que dio origen al texto, el libro Las rosas de Orwell (Lumen), de Rebecca Solnit. Es una trama preciosa de conexiones y evocaciones a partir de que en 1936 el autor de 1984 plantó rosales en su casa. Solnit no solo ensaya relaciones entre la pasión por las flores y la huerta y las características de las posturas políticas y estéticas de George Orwell, sino que ilumina también otros personajes y momentos de la primera mitad del siglo XX.
Como en sus otros trabajos, la sensibilidad erudita de Solnit conmueve con su tono intimista.
En el plano de la historia y la política argentinas, resultó muy interesante la lectura del libro del historiador Juan Carlos Torre, Una temporada en el quinto piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín (Edhasa). Torre compuso una mirada sobre los primeros años de la democracia apoyada en sus archivos personales y en los registros que llevó entonces, como actor y contemporáneo a los hechos.
El resultado es una pintura con muchos matices para esos años fundacionales y una serie de perturbadoras preguntas sobre el poder y la toma de decisiones en la Argentina.
Si de regresar a los espacios de intimidad atados a una buena historia se trata, la nouvelle de Claire Keegan, Cosas pequeñas como esas (Eterna Cadencia) es la mejor puerta de entrada. Las descripciones precisas de la vida cotidiana en Irlanda, los dilemas que enfrentan de las personas comunes están narrados con una precisión amorosa que conmueve.
La novela del chileno Pavel Oyarzún Diaz, El Paso del Diablo (Ediciones IPS). Breve, contundente y conmovedora, está ambientada en Patagonia, durante la represión del Ejército Argentino contra los peones rurales entre finales de 1921 y 1922. Oyarzún narra una épica de la solidaridad durante la derrota de uno de los episodios más intensos de las luchas populares en nuestro país.
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Por Adrián Gorelik
No fue sencillo verificar cuáles de los libros que más me gustaron se editaron este año: los efectos desorientadores de la pandemia están lejos de haberse disipado.
Destaco Si, de Aníbal Jarkowski (Bajo la luna), por el magnetismo de ese personaje Borges que se ofrece como contrapunto revelador, en su modo condicional, de los diarios de Bioy; las Clases de literatura argentina, de Beatriz Sarlo (Siglo XXI), organizadas con inteligencia por Sylvia Saítta, porque permiten recuperar el tono y los temas con que se fue elaborando en los años ochenta, ese gran momento de experimentación en la universidad, uno de los dispositivos de lectura de la cultura argentina más potentes y originales; y Helgoland, de Carlo Rovelli (Anagrama), porque el autor vuelve a probar que delinear una representación del universo acorde a la física cuántica es una tarea necesaria y fascinante, que demanda contar tanto con Heisenberg, Bohr y Einstein como con Anaximandro, las odas de Horacio y las Confesiones de San Agustín, revisar la filosofía india o los debates entre Lenin y Bogdánov.