Julio Verne, de Nantes
Su influencia sobre la literatura va mucho más allá de su ciudad natal y de Francia toda. Un visionario aunque, el canon nunca lo aceptaría. “Todos somos herederos de Verne”, escribió Ray Bradbury, su continuador en el género de la imaginación y del salto al futuro.
Hace pocas semanas, mientras Los Pumas batallaban en el Mundial de Rugby, los hinchas argentinos paseaban por Nantes y alrededores, una de las sedes principales de la competición.
Nantes podría ser famosa desde cinco siglos atrás, cuando Enrique IV promulgó el edicto, para detener las sanguinarias luchas entre católicos y protestantes. O, más adelante, como una ciudad de marineros que despertaban las fantasías de chicos como Julio Verne.
Este, hijo de una familia acomodada, nació allí en 1828 y una de las tantas leyendas indica que, con apenas once años, quiso embarcarse hacia las Indias Occidentales para conseguirle un collar a su primita Caroline.
No atravesó los océanos en aquel momento, ni después (solo viajó por los mares vecinos). «De aquí en adelante sólo voy a viajar en mi imaginación” dijo, luego de que lo atraparan en la primera escala y lo mandaran de regreso a casa.
Pero el que sí se convirtió en marinero fue su hermano Paul, quien le transmitió muchas de las historias que Julio Verne llevaría a sus libros. Nantes aún conserva el castillo de los duques de Bretaña con su fortaleza amurallada del siglo XIII. Y el Museo Julio Verne, aunque el escritor pasó sus últimas décadas muy lejos, en Amiens, donde murió por una diabetes mal tratada en 1905.
Su influencia sobre la literatura va mucho más allá de Nantes, y de Francia toda. Un visionario aunque, el canon nunca lo aceptaría. “Todos somos herederos de Verne”, escribió Ray Bradbury, su continuador en el género de la imaginación y del salto al futuro.
Imaginación y resistencia
Verne se convirtió en un bestseller, en un escritor de popularidad global para su época. Pero es fama que no lo hizo sentirse “completo” ya que su sueño era tener un sitial en la exclusiva Academia de Francia. No se lo dieron nunca, acaso lo mencionaban como un “un escritor liviano”. Del mismo modo le surgían estas críticas: “fantasioso, mal documentado, pernicioso para los jóvenes”.
Ya más cercano a nuestro tiempo, Roland Barthes consideró a Verne como un símbolo de los ideales prejuicios del siglo XI. Lo definió como el autor de “una cosmogonía cerrada sobre sí misma, con sus categorías propias, su tiempo, su espacio, su plenitud, incluso su principio existencial. Es un maníaco de la plenitud, alguien que amuebla el mundo como un enciclopedista del siglo XVIII o los pintores holandeses”.
Cuestiones técnicas al lado, lo cierto es que Julio Verne fue un verdadero precursor de la ciencia ficción. Fue el primero que nos habló de los viajes alrededor del mundo, de las expediciones a la Luna y al fondo del mar. Llegó a imaginar el subte, el cine, el alumbrado, el aire acondicionado. Cuando sus contemporáneos se movilizaban en carruaje y recién asomaba el tren, Verne ya los hacía viajar en globo, en submarino y en naves espaciales.
Nos legó personajes entrañables: Phileas Fogg, el capitán Nemo, Miguel Strogoff.
Y algunas de sus múltiples aventuras pasaban… por la Argentina.
Controversias
Hasta hoy no puede resolverse si Verne era un firme nacionalista y como tal, para su tiempo, con fobia hacia británicos y alemanes, a quienes no los pintaba bien en sus libros. También le atribuyeron un sesgo antisemita por no haber apoyado al capitán Dreyfus en el famoso proceso.
Uno de sus episodios más oscuros sucedió a sus 58 años, en Amiens. Su sobrino Gaston le disparó con un revólver en el pie izquierdo. Nunca se supo el motivo. Según uno de sus biógrafos, Gaston recelaba de Aristide Briand, convertido en el nuevo adolescente favorito de Verne. Aparentemente, el que inspiró al chico Briant (de Dos años de vacaciones). El mismo Aristide Brand que, con el tiempo, sería un destacado político socialista y Premio Nobel de la Paz en 1926.
Con su propio hijo, Michel, Verne tuvo múltiples problemas. Alguna vez lo consideró un “dilapidador, alcohólico, disoluto y frecuentador de los bajos fondos”. Hasta lo hizo encarcelar y, más adelante, lo metió como polizonte en un barco de carga. Pero lo cierto es que, a la muerte del escritor, fue su hijo quien se encargó de preservar su patrimonio y de completar algunos libros.
El suceso
Verne había llegado al París efervescente y revolucionario de 1848 con el mandato familiar de estudiar abogacía. Pero su verdadera afición era la literatura, admiraba a Alejandro Dumas e intentó seguirlo con algunos textos, inclusive en la dramaturgia. No tuvo mayor suceso y, mientras tanto, se ganó la vida como corredor de bolsa.
El momento clave en su vida ocurrió en 1862, cuando le llevó su obra “Cinco semanas en globo” al editor Pierre-Jules Hetzel, un hombre que en su “cartera” tenía nombres como Balzac o Victor Hugo. “Cinco semanas en globo” describe a una misión científica que observa desde las alturas aquellas zonas de Africa imposibles de transitar en esos tiempos.
El dilema de las fuentes del Nilo, que obsesionaba a los exploradores del momento, le deba un toque de de actualidad. El libro fue un éxito y la vida de Verne cambió para siempre. Desde aquel momento, Hetzel le obligó a producir por contrato a un ritmo de dos novelas por año. Muchas se publicaban por capítulos en la propia revista de Hetzel hasta que tenían el formato libro.
Cabeza dura
La vuelta al mundo en 80 días, De la Tierra a la Luna, Miguel Strogoff, Viaje al centro de la Tierra, Dos años de vacaciones, Cinco semanas en globo, Un capitán de 15 años, Los hijos del capitán Grant… Son títulos que hicieron célebre a Verne, autor de más de centenar de obras.
Uno de los textos más curiosos –y seguramente, de los más divertidos, aunque menos conocido- se titula Kerabán El Testarudo. Ambientado en Turquía, el planteo es similar al de tantas obras de Verne: un magnate –traficante de tabacos- debe cruzar el Bósforo en la nave pero, repentinamente, se entera que tiene que pagar un impuesto (algo simbólico, un peso).
El título de la obra lo sintetiza, Kerabán se niega y, para regresar a su mansión debe dar vuelta al Mar Negro, atravesando toda Turquía, el Cáucaso y Anatolia un trayecto de casi dos meses. Y allí se suceden sus aventuras. Pasarían casi 150 años hasta que en 2013 Turquía inauguró el túnel por debajo del Bósforo. También allí fue un visionario.
Fuente: Luis Vinker para Clarín