Suplemento ABRALAPALABRA

Sylvia Iparraguirre, con la página abierta, siempre

Por Edgardo Miller.- Aún  hay huellas en su rostro maduro, son los estigmas de aquella chica criada entre Los Toldos y Junín (Provincia de Buenos Aires), Sylvia –con y latina-  arrastra todo eso en la mirada. Trasmite un amor insoslayable por la literatura rusa. Lectora apasionada y curiosa, cercana, una mujer de amplia trayectoria en el campo docente, escritora e investigadora.

Nacida en 4 de julio de 1947 en la ciudad de La Plata.

A los 18 años Sylvia, decide estudiar Letras en la UBA. Para evitarle soledad la instalan en un pensionado de monjas, no tanto por ser católicos ya que su padres eran agnósticos, sino por esos 18 años y esa Buenos Aires tan inmensa.

-A mí siempre me sedujo el contrapunto muy disparatado entre vivir en un pensionado de monjas e ir a la Facultad de Filosofía y Letras en esos terribles años. Era contradictorio, era divertido también.

EM. Silvia, participaste de la revista El escarabajo de Oro y fundaste con Abelardo Castillo(2) y Liliana Heker(3) la revista El Ornitorrinco(1).

S.I. Si, casi no llegué a publicar demasiado en El escarabajo, porque se cerró al año que estuve ahí. Y después fundamos El Ornitorrinco, una revista cultural muy contestataria. Fue “la” revista de la resistencia contra el proceso. Fue en 1977 que comenzó a salir y se publicó hasta 1986, con la llegada de la democracia.

EM. Pienso, que difícil venir de ciudades o pueblos chicos y llegar a la ciudad y con el momento político que se atravesaba.

S.I. Muchas de mis novelas tienen esta carga autobiográfica.  Llegar a Buenos Aires y todo lo que significaba estar en una Facultad como la de Filosofía y Letras, la ebullición política era muy fuerte; post-Onganía y cada vez el volcán se volvía incontenible. De esta forma hice mi carrera. Aunque hubo algunas fortunas, en el ’68 –yo tenía 21 años- Borges fue la última vez que dictó la cátedra de Literatura Inglesa y tuve la suerte de ser su alumna. Claro, después frecuenté a Borges varias veces y con Abelardo (Castillo, su pareja). Pero la facultar fue muy caótica, represiva y había que mostrar la libreta en la entrada a la policía para poder entrar.

Este es un poco el tema que toco en mi novela, que es una Trilogía Argentina, porque La Orfandad (4) ocurre en la Argentina de los años ’20 y ’30 en un pueblo remoto de provincia, vendría después Antes que desaparezca a fines de los ’60 y principios de los ’70 El muchacho de los senos de goma, que es en la última etapa del menemismo y fines de siglo. Tres momentos de la historia de Argentina bastante peculiares. Ahí está el pueblo…

EM. Es interesante la cita de post-Onganía, justo cuando ocurre la noche de los bastones largos*.

S.I. Si. Es una noche que yo recreo pero no es la de los bastones largos, es posterior a la toma de la facultad. Es en el centro de estudiantes –de por sí era clandestino- calle independencia y Urquiza, un viejo edificio que antes había sido un orfanato donde creo que Fabio filmó su película Crónica de un niño solo. Bueno ahí se trabaron esas inmensas y pesadas puertas de hierro y vidrio de la entrada y la noche fue de terror. Habíamos justo terminado un parcial de griego y con una compañera nos refugiamos en la biblioteca pero hasta ahí llegaron pateando puertas. Todo fue como un tremendo despertar, yo era una chica de 18 años y por primera vez me encontré cara a cara con la violencia porque jamás había experimentado esto; es una escena muy autobiográfica, casi literal de mi novela, pero no es la noche de los bastones.

EM. La dictadur dejó tantas heridas. Tantos traumas abiertos imborrables.

Cuando surge la Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como Triple A, yo estaba en el Bar La Paz –de donde era habitué- tomando un café con Gabriel Moro y comienzan a pintar con aerosoles las vidrieras con la letra “A”, entran nos ponen una pistola en la cabeza y nos dicen: caminen hasta Medrano sin mirar para atrás. Han pasado tantos años y sin embargo esta escena permanece inalterable en mi memoria.

S.I. Exactamente de eso hablo. La siniestra Triple A, ahí empezó la historia de la violencia más grande que hubo en Argentina. Y bueno, todo se transformó en literatura; lo biográfico cuando pasa a la literatura se transforma no exactamente eso, que si sucedió, digo: el personaje de mi novela “Lucía”, es un avatar mío –sin duda- que viene a ese pensionado de monjas a los 18 años y se enfrenta a tanta inusitada violencia.

EM. Fundaste con Liliana Heker y Abelardo Castillo, la revista El Ornitorrinco que fue la continuación de El Escarabajo de Oro.

S.I.Si, en épocas también muy tremendas de las que estábamos hablando. Era una revista contestataria, que luhaba contra la censura. Abelardo tiene ahí editoriales que hoy leídas parecen impresionantes realmente por lo que decía. Algunas contra la guerra del Beagle, son muy notables, por lo que siempre supe que él estaba las “listas negras” Muchos después cuando se desclasificaron los archivos supimos que estaba en las listas de muerte de la aeronáutica. Eran tiempos difíciles pero no imposibles de hacer algo.

De hecho esta revista salió durante todo el proceso, y dejó de salir cuando llegó la democracia, ya no había razón de ser de la revista que era por y para luchar contra la censura, para poder publicar literatura, para poder decir lo que se pensaba.

Abelardo decía que la censura afinaba el estilo. Porque tenías que arreglártelas de tal forma para decir de una manera que se entendiera pero que no fuera tan evidente..

Había mucha gente en la revista que nosotros creamos y dirigimos, grandes escritores: Cristina Piña; Daniel Freidenberg; Bernardo Jobson; Cristina Klein; Julia Sancho, buena y linda gente alrededor de la revista en los años de plomo.

CLASES DE LITERATURA RUSA

   Ahora acabo de presentar este trabajo surgido de unos seminarios dictados en 2014 y 2015, estas Clases de literatura rusa. Es un enorme trabajo, que no tiene ficción. Este trabajo está publicado bajo el sello de Random House, son clases que dicté en el Museo Malba y que para mi sorpresa fue mucha gente. Porque es la literatura clásica del siglo XIX, es decir Pushkin, Gógol, Dostoievski, Chéjov, los tremendos monstruos de la literatura rusa y sin embargo la convocatoria fue muy grande. Pensé: ¡qué bárbaro, qué lectores hay en Argentina!, todavía…con curiosidades, con ganas de saber más por este conjunto de escritores que marcaron a fuego la literatura en el siglo XIX y lo siguen haciendo.

Hice  una fusión de esos dos seminarios y salió este libro: Clases de Literatura hasta Nietzsche, Joyce, opinando sobre Dostoievski, Chéjov y otros.

También retomo la relación de Anton Chéjov con Konstantin Stanislavski que cambió el modo de hacer teatro en el siglo XX. Ha sido un arduo trabajo, mucho más que la ficción, aunque la novela es siempre laboriosa. No me quejo, a mi gusta que cuando doy clases la gente intervenga, interrumpa, pregunte y yo –a su vez cito- hago paráfrasis , parafraseo autores.

LITERATURA Y AMOR CON ABELARDO CASTILLO

Lo conocí a los 21 años, él había ido a dar una charla a la Facultad sobre su cuento “Los Ritos” y prácticamente a partir de ese momento no nos separamos más. A los 22 ya estábamos viviendo juntos y cuatro años después nos casamos en San Pedro. Fue una vida con la pasión compartida por los libros, muy de la literatura, de la charla constante, del diálogo continuo.

Abelardo me enseñó todo lo que sé de la forma y del trabajo literario. Porque  era un tipo muy existencial, sus novelas son…yo siempre decía que el que tiene sed tiene como un barril de pólvora adentro, esa prosa extraordinaria, como se puede leer en crónica de un iniciado, ¡un escritor extraordinario!

Hizo durante 35 años talleres, fue un gran maestro, lo que se divertía haciendo sus clases.

La nuestra fue una historia de amor que me acompaña siempre y me acompañará toda mi vida. Aprendí el oficio de escribir, la ética del escritor, el  incorruptible y de una gran coherencia en su ideología en su manera de ver el mundo, eso le costó estar proscripto y estar en listas negras.  A Abelardo no le gustaba hablar de estas cosas, decía que no había ninguna heroiricidad

en eso. Nunca se planteó irse del país, decía: acá están las Madres de Plaza de Mayo, los obreros, los escritores, no todos tienen dinero para sacarse un billete e irse y si esa gente se queda yo también me quedo.

Sylvia y Abelardo

El le dio un gran impulso para que se dedicara a escribir, le arrancó uno a uno los clichés de la facultad y los tics que la experiencia le había pegado. La educó literariamente.

ELLA su llegada a la vida de él fue providencial. Lo arrancó del alcoholismo en el que llevaba hundiéndose cada vez más. Infierno que padeció durante trece largos años. Lo ordenó. Lo amó.

Extraño todo de él. Soy una sobreviviente de su ausencia. Falta el abrazo, mirar un película juntos, conversaciones delirantes a cualquier hora.

No, no tuvimos hijos. Tuvimos todo lo demás.-

  • Con la colaboración de Andrea Fruttero