Suplemento ABRALAPALABRA

«Invisible», un cuento de Marysol Lowy

Don Amadeo y doña María vivían en una casa con leones de bronce en la puerta, que me daban miedo porque tenían cara de enojados y mucha melena. No me gustaba ir ahí, pero no les decía nada a mis papás. Era el año 89’ y unos meses antes había empezado la primaria.

Don Amadeo y doña María vivían en una casa con leones de bronce en la puerta, que me daban miedo porque tenían cara de enojados y mucha melena. No me gustaba ir ahí, pero no les decía nada a mis papás. Era el año 89’ y unos meses antes había empezado la primaria. Cuando entrábamos al PH, parecía medio abandonado, aunque viviera gente, así que me imaginaba algún fantasma escondido en el patio del medio o la escalera. Por suerte, don Amadeo y doña María estaban en uno de los primeros departamentos, pero ahí tampoco me sentía más a gusto. Había olor en todos lados, aunque no sabía bien a qué, y el techo estaba lleno de telarañas, y manchas de humedad con forma de monstruos. Don Amadeo y doña María eran dos hermanos viejísimos, más que mi abuelo, y eso era mucho. Él estaba en silla de ruedas porque le habían cortado una pierna y ella era muy flaca, con la piel colgando de los huesos. Ni bien llegaba me daban ganas de irme, pero sabía que estaba mal sentir eso. Sobre todo, porque eran personas buenas. Yo conocía gente grande medio bruja, como la esposa de mi abuelo, que una vez que me habían regalado una taza en lo de unos parientes, me había preguntado a la salida si era mía, como si la hubiera robado. Don Amadeo y doña María no eran así; me trataban siempre bien y parecían muy contentos de que los visitáramos. Hablaban de la jubilación, del alquiler y de cómo subían los precios. También contaban de una chica muy buena que vivía al lado y siempre los ayudaba con las compras. Me decían que yo seguro iba a ser así más adelante y me daba no sé qué, porque era una nena mala que en el fondo no quería ir a verlos.

Al principio no sabía bien por qué los visitábamos. Eran muy grandes para ser amigos de mis papás y tampoco los llamaban tíos o algo así. Aunque pensándolo bien, me hacían decirle tía a la vecina de al lado y tampoco era pariente nuestra. Pero no podían ser familiares, porque los de mi mamá estaban todos lejos y los de mi papá, hablaban en alemán y sus casas no eran como esa. Luego me explicaron que don Amadeo antes trabajaba en la empresa de mi abuelo. “Hacía lo que ahora hace don José”. Yo seguía sin entender por qué íbamos nosotros entonces.

A veces, mi papá iba a visitarlos él solo, en la semana. Un día, contó que don Amadeo no andaba bien y parecía que le iban a cortar la otra pierna. Un tiempo después, cuando me faltaba un mes para cumplir siete años y estábamos por salir de vacaciones, sonó el teléfono. Atendió mi papá y me di cuenta enseguida que era el abuelo, porque hablaba en alemán y castellano a la vez. Yo lo único que sabía en alemán era contar del uno al diez y los días de semana. Pero tampoco entendía mucho de la charla en castellano, sonaba a que le había pasado algo malo a alguien. “Y bué, se fue. Nosotros no vamos a poder ir, tenemos el micro en dos horas”, escuché de pronto. Entonces se me ocurrió lo que eso podía querer decir: que don Amadeo se había muerto. ¿Yo tendría culpa de algo por no querer ir? No les pregunté nada a mis papás; viajamos a San Clemente y me olvidé de todo eso.

En enero, al volver de la costa, fuimos de visita y solo estaba doña María. Parecía entonces que en serio había pasado eso, no era imaginación mía. Al principio se puso a hablar más o menos de lo de siempre: que la plata no alcanzaba y todo estaba cada vez más caro. Pero en un momento dijo que había cosas que ya no compraba “porque Amadeo ahora está… en Tucumán”. Me pareció que mentía porque estaba yo, pero me hice la tonta. Pasaron unos meses hasta que volvimos a ir. Seguía estando ella sola y después de charlar un buen rato sobre el tema de los precios, se puso a contar de su familia y comentó: “nosotros éramos catorce hermanos, y ahora solo quedamos una hermana y yo”. Estaba confirmado entonces que don Amadeo había fallecido, pero no les comenté nada del tema a mi mamá y mi papá.