Una infancia marcada por el abuso – Una mujer potente
Por Miguel Tagliamonte.- Con motivo de la presentación del libro «Escritores en terapia» -trece relatos de varios autores compilados y prologados por Gabriela Saidon para la editorial Sudameris Libros-, Tagliamonte y Maggi convocaron a Andrea Fruttero, una de las narradoras, reconocida periodista con vasta trayectoria en medios locales y nacionales, para que cuente en «Resumiendo» (lunes a viernes de 13 a 15 por FM El Vecinal y www.fmelvecinal.com.ar) sus sensaciones.
«LA LITERATURA DEJA SOLTAR»
Consultada sobre la gestación del libro, Fruttero comentó que «todo empezó en 2020, en plena cuarentena, cuando la distopía nos hundía». La gente del Centro Cultural Ricardo Rojas, dependiente de la Universidad de Buenos Aires, propuso un taller on line de escritura literaria-terapéutica como modo de soportar el encierro, capear la soledad y domar los demonios interiores. «Con la coordinación de Gabriela Saidon, prestigiosa escritora y periodista, trece personas desconocidas empezamos a darle rango literario a nuestros traumas. En terapia se dice la verdad, y en este taller ocurrió lo mismo. Trece personas de diversos puntos del país, con diversas historias y diversas edades realizamos el audaz gesto de poner de manifiesto nuestras oscuridades. El resultado fue este libro maravilloso, rebosante de literatura. La literatura es una buena terapia: no se si salva, pero si deja soltar», señaló.
«A LOS CHICOS NO SE LES PEGA»
«Fui una niña abusada. Desde los 5 hasta los 17 fui golpeada por mi padre. También mis dos hermanas. Nos azotaba con un cinturón. Me acostumbré desde muy chica a fingir, a ponerme la máscara del todo bien», afirmó. «Soy oriunda de Llambí Campbell, un pueblo rural a 60 km al norte de Santa Fe capital. A los ojos del pueblo, éramos una familia modelo. Mis padres eran muy queridos. Mi madre, que aún vive allí, es muy respetada. Papá tenía un pequeño frigorífico donde elaboraba chacinados y embutidos, en tanto que mamá era directora de escuela. Promovían actividades culturales, deportivas y sociales, eran reconocidos por su educación y su don de gentes. Nadie los conocía de la puerta de casa para adentro. Eran violentos entre ellos. Pero además papá descargaba su furia contra nosotras tres. Mamá nunca se involucró, nunca se opuso, nunca habló. El motivo recurrente era el club Unión de Santa Fe: cada vez que perdía un partido, azotes. Nosotras ya sabíamos, nadie nos llevaba de un brazo hasta el sótano donde él nos esperaba, íbamos solas, como autómatas. Eran trece escalones», relató. Y prosiguió: «A los chicos no se les pega. Los golpes no sólo dañan por fuera. Un niño golpeado es un adulto roto. A mí los golpes me costaron treinta años de terapia. Lo perdoné a él, y también a mamá. Sin embargo, a ella y a mis hermanas no quiero verlas. Hoy no las necesito».
UNA MUJER RESILIENTE
A los 17 dijo basta y se fue del infierno. «Mis padres me habían dicho que cuando fuera capaz de mantenerme sola podía irme. Conocí en el pueblo a un vendedor de medicina prepaga que me dijo que la empresa necesitaba vendedores, y me fui para Santa Fe capital para capacitarme. No volví nunca más. Encontré cama y comida en el Ejército de Salvación, y tuve la suerte de cruzarme con gente amorosa, que me ayudó desde el principio. Alguien escuchó mi voz y me dijo por qué no probaba en LT9 Radio Brigadier Estanislao López, la emisora más importante de la provincia, y me fue bien. Estudié periodismo, y luego me fui a Chile, donde me recibí de licenciada en Ciencias de la Comunicación. Sin embargo, tenía un problema de fondo: era alcohólica. Empecé a tomar de chiquita, cuando después de las golpizas me dejaban encerrada en el sótano, en penitencia. Allí había botellas de Bols Oro, un licor en el que flotaban unas laminitas doradas. Tomaba hasta que el cuerpo desollado se adormecía, olvidando el dolor. Personas que me querían bien me recomendaron hacer terapia. Mi primera terapeuta me escuchaba horrorizada. Y eso que yo no le contaba todo. Si papá aún hoy se me antoja un fantasma amenazante, que me espera con su cinto en la mano, imaginen en ese entonces. Tras muchas recaídas alcohólicas, enfermedades autoinmunes y sucesivos psicólogos, pude decirlo todo. Hoy hace veinte años que no tomo. Es una tarea enorme estar alerta para mis hijos, mi actividad intelectual, mi sólido marido. Debo se una mujer potente», explicó.
«SOMOS CANSADOS EN VÍAS DE RECUPERACIÓN»
Volviendo al libro, Fruttero dijo que fue muy movilizante escuchar las historias de los demás, y que «Gabriela Saidon trató con extraordinaria delicadeza las rajaduras del alma, de cada uno de nosotros». También destacó que terminada la cuarentena, los participantes en el taller tuvieron un encuentro y fue muy emotivo: «Nos sentíamos sobrevivientes, soldados que volvíamos de nuestras guerras interiores pero no como vencidos, sino como cansados en vías de recuperación. Muchos seguimos haciendo escrituroterapia. Yo incluso coordino mi propio taller, »Así se escribe ficción», que explico en mi muro de Facebook. Pienso que la literatura es vida, el resultado de una vida, del cúmulo de experiencias de una vida. No hay otra manera de escribir», cerró.
«Escritores en terapia», publicado por Sudameris Libros, fue presentado el viernes 21/4 a las 17 en la SADE, Uruguay 1371, CABA. Moderó el encuentro Edgardo Miller y comentaron la compiladora Gabriela Saidon y Alejandro Tarruela.