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¿Estuvieron los griegos en Tiahuanaco antes de la llegada de Colón a América?

Por Dr. Antonio Las Heras. – No son pocos los antropólogos y arqueólogos que han afirmado que, siglos antes del primer arribo de Cristóbal Colón, romanos, fenicios, vikingos y griegos llegaron y recorrieron el continente americano, entrando – incluso – en relación con los pueblos originarios. Para sostener estas tesis refieren el hallazgo de diversos elementos en los cuales se evidencian aspectos de las culturas mencionadas.

Así, por ejemplo, el investigador greco canadiense Dr.Minas Tsikritsis, indica que los griegos prehistóricos sabían que «al oeste de las tres islas y al noroeste de Gran Bretaña» había un «gran continente.»

El Dr. Tsikritsis afirma que, «incluso antes de la época de Cristóbal Colón, hubo una comunicación que se inició durante la época minoica y se prolongó hasta los tiempos helenísticos. El propósito de estos viajes durante la Edad del Bronce estaba relacionado con el comercio y el transporte de cobre puro desde el Lago Superior de Canadá».

El arqueólogo argentino, Dr. Dick Edgar Ibarra Grasso (1914/2000) autor entre otros numerosos libros de – precisamente – “América en la prehistoria mundial. Difusión greco fenicia”, señaló – en la región de Tiahuanaco y otras de la zona andina – la presencia de “cántaros de forma griega.”

El Dr. Enrico Mattievich, egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú) y de la Universidad Federal de Río de Janeiro (Brasil) también ha reconocido la presencia de griegos en tiempos precolombinos. Sus planteamientos ante la comunidad científica internacional señalan que, tanto fenicios como griegos, conocieron, estuvieron, recorrieron e interactuaron con los pueblos originarios de América del Sur, unos 3.000 años atrás. Partiendo de evidencias literarias plasmadas en obras de la cultura helénica así como en evidencias arqueológicas disponibles halladas en América del Sur, Enrico Mattievich sostiene la realizada de una comunicación entre el mundo griego clásico con las civilizaciones andinas.

Ahora, nosotros, queremos hacer un nuevo aporte a la presencia griega en este caso en Tiahuanaco (actual Bolivia); donde se encuentra la famosa y enigmática Puerta del Sol que representa el calendario correspondiente al planeta Venus. Está ubicada 21 kilómetros al sureste del lago Titicaca, en la región del Altiplano. Se considera que Tiahuanaco es una de las culturas más longevas de América del Sur, con 25 siglos de duración desde el 1500 a. J. hasta el año 1000 d. J. De manera tal que las cronologías se corresponden perfectamente entre el tiempo de esplendor de la cultura helénica y el momento en que comenzó a desarrollarse esta asombrosa ciudad.

El hallazgo al que vamos a referirnos tuvo lugar mientras realizábamos una nueva visita al Museo Arqueológico y Antropológico “Dr. Eduardo Casanova”, dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, que se encuentra situado en la localidad de Tilcara, en la Quebrada de Humahuaca, provincia de Jujuy, Argentina.

Nos hallábamos la filósofa Sandra Noemí Britos y yo en la región quebradeña a efectos de participar en las ceremonias y rituales correspondientes al Solsticio de Verano. En un momento de descanso, decidimos visitar – una vez más, pues así lo hacemos en cada ocasión que vamos de investigación a aquella zona – el museo, situado frente a la plaza principal de Tilcara.

Pero esta vez, después de recorrer las salas habilitadas – que son pocas, pues se encuentra en puesta en valor y modernización – nos detuvimos a estudiar un enorme monolito exhibido en el patio cercano a la entrada. Se trata de una réplica, perfecta, del original que forma parte de los tesoros arqueológicos de la ya citada Tiahuanaco.

Lo primero que nos llamó la atención fue la presencia de sendas serpientes, esculpidas a los lados, que – claramente – tienen rostro humano. No es un error, ni un defecto. Ambas tienen igual característica. Es evidente que quien hizo la obra buscó señalar la condición antropomorfa de esas víboras.

Pero la cuestión se puso más delicada cuando comenzamos a indagar las características de la figura humana que preside el monolito. Tiene sus dos brazos cruzados exhibiendo, perfectamente, los cinco dedos en cada mano. En el rostro aparece algo extraño: un trazo grueso, destacado, sale a ambos lados de la nariz. Es, sin dudas, ¡un bigote! ¿Bigote? No aparenta otra cosa.

Si en verdad se trata de un grueso bigote, entonces la figura sobre la que se inspiró el escultor no es la de un miembro de los pueblos precolombinos.

Siguiendo el análisis, advertimos que los pies terminan sólo en 3 dedos. Lo que remite a una cifra esotérica de gran tradición. Eso para quienes nos ocupamos de la simbología numérica. Pero, de no ser una señal, a descifrar por quienes conocen de antemano las claves, ¿por qué ponen sólo tres dedos en cada pié y no los cinco naturales? Tres es el primer número completo en la simbología esotérica. Por eso la trinidad está presente en la gran mayoría de los cultos, desde los tiempos más remotos.

Pero la cosa no termina allí. Junto a Sandra Britos pudimos constatar que, de la cintura a los pies, el conjunto escultórico claramente muestra una separación. El artista puso una línea horizontal dividiendo esa figura humana en dos partes. Y, además, las piernas en lugar de ser rectas, están – ambas –arqueadas. ¿Por qué?

Fue quedarnos unos minutos mirando la figura desde cierta distancia, para darnos cuenta de lo que estábamos contemplando… ¡y conmovernos por ello!

Lo que aparece como las piernas y pies no es otra cosa que la letra griega omega. Lo cual robustece nuestra idea de que los tres dedos en cada pie son un número simbólico puesto para quienes comprendan del tema.

Recordemos que “omega” es la última letra del alfabeto, pudiendo ser usada para denotar el fin de algo, como antónimo de alfa, que simboliza el comienzo. Por ejemplo, en la Biblia, leemos: «Yo soy el alfa y el omega, el primero y el último, el principio y el fin» (Apocalipsis 22, 13). El punto omega tiene el significado de la evolución espiritual, que acerca a los humanos a lo divino. La última letra del alfabeto griego, omega, simboliza el final de todas las cosas. Representa el término de la Creación, el fin del Universo y todo lo que existe en él. Además, omega también representa la sabiduría y la perfección de Dios.

Esa letra “omega” puesta de manera discreta en el monolito es, a nuestro juicio, un nuevo elemento para confirmar la presencia – e influencia en los pueblos de aquel entonces – griega en América del Sur; mucho antes del arribo de Cristóbal Colón a este continente.

Sobre el monolito en cuestión – habida cuenta de estos hallazgos que hemos realizado – queda por hacer una investigación más detallada en la cual se indaguen todos los símbolos, figuras y proporciones que aparecen. Tal vez, haya más motivos para asombrarse.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo, historiador y escritor. “Masonería en la Argentina: Enigma, secreto y política”, es su más reciente libro. www.antoniolasheras.com