Juan Carlos Laburu, “el camarógrafo de dios”: Maradona se lo llevó a vivir a Nápoles y hoy guarda su tesoro en un banco de Roma
El argentino nunca otorgó entrevistas. Hoy se anima a contar su extraordinaria historia. Cómo El Diez cambió su vida y cómo él cambió la historia audiovisual maradoneana.
Ahí donde Diego Maradona pisaba, se veían dos sombras, la suya y la de Juan Carlos Laburu. Con su camarita al hombro, «il cameraman», ojos como escáner, hacía zoom y embalsamaba recuerdos.
Diego con la sangre concentrada en el pescuezo para reivindicar al sur napolitano. Diego colgado de una soga boca abajo para aliviar el dolor lumbar. Diego rebotando a carcajadas en los entrenamientos en Paradiso Di Soccavo, o comiendo fugazzetta casera. Ahora todo ese registro fílmico no sólo vive en la memoria de Laburu: duerme en un banco de Roma.
De bajísimo perfil, el argentino más silencioso de Nápoles -o El camarógrafo de dios» como lo conocen los viejos vecinos- no otorga entrevistas, pero esta vez hace una excepción desde Giuliano, Campania. Su tesoro audiovisual comprende joyas entre 1981 y 1987.
Desde que en 1984 su «empleador», El Diez, lo llevó a mudar a toda su familia a Italia, vive a los pies del Vesubio y nunca abandonó la cámara. A los 73 años trabaja para el canal 21 de esa ciudad, mientras custodia ese archivo descomunal maradoneano.
En Argentina, «Labu» era camarógrafo del Canal 9 de Alejandro Romay, pero un día Maradona tocó su vida y lo arrastró hasta Barcelona y, más tarde, a Nápoles.
«Yo viví su grandeza de cerca. Me emociona recordar esos tiempos en que estábamos todos juntos, con Don Diego, Doña Tota, El Turquito. Venían a casa y les preparaba la pizza», torea la emoción. «Dieguito tenía debilidad por la de cebolla y queso y le gustaba la forma en que las preparaba yo, que era maestro pizzero y en Buenos Aires había aprendido en un local de Jean Jaures y Córdoba, Las palmas, un boliche al que llamaban la bota de grasa».
Vive en Giugliano de Campania, Nápoles, un paraíso construido sobre una llanura, entre las ruinas de Liternum, una antigua ciudad romana. No tenía planes de instalarse allí, pero hace 40 años apareció con una oferta el entonces representante del futbolista, Jorge Cyterszpiler, y no hubo dudas. Diego lo eligió para que con una Hitachi registrara cada movimiento y hasta hubo un intento de película que quedó inconclusa.
¿Usted podría cambiar la historia audiovisual de Diego? ¿Tiene algún comodín fílmico inédito que sorprenda?
-Tal vez, pero ya se vio casi todo, la llegada a Nápoles, la primera visita al médico en Nápoles, hay muchas imágenes que están dando vuelta y son mías. Yo intento poner protección a esas imágenes, pero es complicado. Además de camarógrafo, yo era el realizador de esas imágenes, porque no tenía un director atrás.
-¿De qué modo guarda ese tesoro?
-Tengo todo el archivo ahora en digital, pero no en casa, sino en un banco en Roma. Algunas imágenes fueron sacadas de la oficina en el momento en que yo no estaba, y aparecieron por ahí. Yo siempre me movía con la cámara de él. Otros tiempos, más incómodos los aparatos, las baterías pesaban. Me ayudaba a transportarlos el amigo de Diego, Osvaldo Dalla Buona.
-¿Es cierto que el director inglés Asif Kapadia le compró parte del material para su documental sobre Maradona?
-Sí, hicimos un contrato y las imágenes sólo podían ser usadas en el documental. Es complejo el tema, porque a veces otro roba ese material y por eso he ganado varios juicios en Italia.
-¿Cómo fue en detalle esa historia de mudanza de continente impulsada por Maradona?
-Yo en Canal 9 trabajaba, por ejemplo, para el ciclo Domingos estudiantiles, donde con cámara portátil me mandaban a los partidos de fútbol para luego pasar el resumen. Pedí ir a Argentinos Juniors porque jugaba allí Diego y así nos conocimos. Trabajé mucho con Juan Alberto Badía, nos fuimos a Europa a hacer diferentes reportajes y una vez nos tocó cubrir concierto de Queen en el que hicimos un backstage. Y cuando Queen da su último concierto en Buenos Aires, en 1981, pasó algo mágico.
-¿Qué pasó?
-Ese fue el recital en el que Freddie Mercury le dio la camiseta británica a Maradona. Me tocaba seguir a Queen y cuando termina todo yo estaba en la limusina de ellos. Ese fue el momento en que Diego le dice a Cyterszpiler que me quería como cameraman. Y así, más adelante, cuando Diego se va a Europa, Jorge viaja de nuevo a Buenos Aires y me cita en la oficina de la calle Viamonte. «¿Querés ser el camarógrafo del mejor jugador del mundo?», me propone. Quedé helado.
-¿Aceptó enseguida o tuvo que convencer a la familia?
-Hablé con mi mujer y nos decidimos pronto. Nos llevamos hasta a mi suegra. Era un momento difícil en Buenos Aires, con una crisis económica importante durante el Gobierno de Alfonsín. Una gran oportunidad de una vida mejor. Mis hijos tenían 7 y 9 años. Me hicieron un contrato por tiempo indeterminado y cuando llegamos a Barcelona alquilamos una casa en el barrio Pedralbes. Los chicos tuvieron que cambiar de idioma dos veces. Por la fuerza, catalán, y más tarde italiano.
-¿Por qué su perfil silencioso? Suele ser muy buscado y no da notas…
-No me gusta la exposición. Para mí es un tesoro lo que me dejó en el alma Diego.
-¿Cómo era esa tarea de seguirlo y filmarlo?
-Un placer. Visualmente un trabajo hermoso. Lo vi hacer cosas asombrosas. Había momentos felices y otros no tanto, porque él era un chico de veintitantos bajo una presión terrible.
La película que quedó inconclusa
Nieto de vascos, hijo de un fiambrero, Laburu dice que su apellido hace honor a su condición de «laburante» desde los 13 años. Criado en Isidro Casanova, en el partido de La Matanza, apenas terminó el colegio primario se empleó en una fábrica de autopartes. Más tarde se ganó la vida en un laboratorio dental y en una sastrería.
A los 16 ingresó a Canal 9 como ayudante de cámara. Ese trabajo lo rodeó «de próceres de la industria televisiva» como Alejandro Doria, David Stivel y María Herminia Avellaneda y resultó el trampolín hacia una vida impensada.
«Era un momento increíble de la televisión argentina, hacíamos Alta comedia, las telenovelas de Migré, Sábados de la bondad. El canal producía sin parar con casi 1000 empleados», repasa. «Yo tenía una prima casada con el jefe técnico del canal que me ayudó a ingresar. Fue inmediato: me enamoré de la cámara».
En sus años de camarógrafo vivió, entre otros hechos, la intervención militar de las emisoras, y el regreso de Romay al poder. «En 1978, por ejemplo, estuve un año dedicado al Mundial porque la sociedad que organizó el campeonato del Mundo, Argentina 78 TV, le pidió a Canal 9 un préstamo de cameraman», detalla.
Para 1982, en aquella gira mundial de Boca Juniors -ocho partidos en 21 días-, Diego ya había contratado a Laburu como freelance. La pupila de Juan Carlos siguió al futbolista por Los Ángeles, Hong Kong, Kuala Lumpur, Tokio. «Yo era el encargado de hacer las llamadas telefónicas para él, porque él no hablaba inglés, pero yo tampoco», se ríe. «Lo que yo hacía era estudiarme lo que tenía que decir y cuando no entendía a al operadora le decía a Diego que no había línea».
Ya en tierra europea, «Pelu» y «Labu» se hicieron inseparables. Una década mayor, Juan adoptó a Diego como a un hermano. Partidos de fútbol 5 compartidos en el club Virgilio en el que era arquero y sufría los puñales de Diego, cumpleaños familiares, desayunos, almuerzos, cenas. «Él venía a casa en Nápoles a jugar al metegol con mis hijos. Éramos muy compañeros. Me confesaba que descansaba más los domingos cuando jugaba al fútbol que los demás días en que lo perseguían los paparazzi’. Los de fuera de Nápoles le hacían la vida imposible».
Con la regla inquebrantable de «no invadir su vida privada» ni meterse en los tramos turbulentos, Laburu estuvo a punto de ser el ojo impulsor de un documental que en 1984 pergeñaba Cyterszpiler y finalmente nunca vio la luz. «Compaginamos una parte en Nueva York, lo armamos, quedó premontado, pero Jorge terminó frenándolo cuando se venía el pase inminente a Nápoles».
-¿Quién se quedó con ese material?
-Quedó en la oficina de Diego en Nápoles. Yo no volví a entrar y no sé lo que pasó. Rollos de una pulgada que quedaron ahí. Yo sólo me quedé con algunos casetes de los que era autor.
-¿Cómo se cortó la relación con Diego?
-Se dio naturalmente, empezó a tener algunos problemas económicos y decidió prescindir de mis servicios y de los servicios del jefe de prensa. Y yo empecé a trabajar en el canal 34 de Nápoles, donde permanecí ocho años. La forma en que terminó todo para él en Nápoles fue triste, él necesitaba liberarse de tanta presión. Una vez que Diego dejó Nápoles, abrí un local de pizza, La cueva, pero después lo cerré, porque lo mío era la cámara.
-¿Volvió a ver a Maradona?
-Nunca más. Era difícil acercarse a él. Recuerdo que, como cada mañana, un día en 1991 fui a Soccavo, al centro de entrenamiento, y no lo encontré. Fue un shock. El día que murió yo estaba manejando, y cuando un compañero me avisó, tuve que parar el coche, porque me sentí muy mal. Estoy convencido de que si Diego se hubiera quedado a vivir en Nápoles, eso no le hubiera pasado. Hubiera sido cuidado y amado por todos.
Desde ese paraíso de menos de 200 mil habitantes, con castillos e iglesias del 1500 y brisa del mar Tirreno, Laburu lagrimea con cada mojón de esa gloria que pasó. Un dato curioso: ese cuento italiano de hadas había empezado con el pie izquierdo. El 24 de julio de 1984, mientras la comitiva de Maradona viajaba a Castel del Piano para comenzar la puesta a punto de la flamante incorporación, el auto en el que viajaba Laburu, un Fiat Regata, cayó 15 metros por un acantilado.
«Manejaba Osvaldo Dalla Buona, que perdió el control en una ruta provincial. Pensé que nos moríamos. Pero como el coche estaba muy cargado con las valijas, bajó derechito y nos salvamos», relata Juan Carlos sobre ese episodio que pudo haber sido el final, pero fue el comienzo de la aventura napolitana. «Yo abrazaba la cámara y nunca la solté y terminé con una herida en la encía. Diego ni se enteró hasta que no se lo contaron unos periodistas».
Casado con Angélica, abuelo por tres, se enorgullece de que sus tres nietos jueguen al fútbol. Gabriel (17) ya lo hace en la liga regional Pro-Napoli, mientras que Matías (12) y Chiara (8) en una escuela. «Ella es una Maradonita rubia», define el hombre que supo tomar conciencia a tiempo de que estaba eternizando a Diego. «Hasta Pelé y la RAI perdieron archivos. Yo siempre pensé en cuidar, preservar. Mi trabajo es todo nostalgia. Me di cuenta temprano de que registro pedazos de vida que de otra forma se olvidarían».
- Mariana Zuchi / Clarín / AGP
- Editor: EM