NOTA DE LA SEMANA

Enrique Medina: “El pingo llegó a la meta”

Por Dr. Edgardo Miller.- Franz Kafka decía que “un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros”. Enrique Medina visitó el programa «El País y los Escritores» -Radio Cultura jueves 23 horas- donde recorrió parte de su vida y su obra.

Corría 1972 y Enrique Medina hizo vibrar a la Argentina y a todo el mundo literario con una novela desgarradora; una de las más desbastadoras que se hayan escrito en nuestro país: Las Tumbas, que cumplen 50 años de la primera edición; retrato semi autobiográfico donde escribió –quebró con el hacha ese mar helado que llevaba dentro – con la minuciosidad del artesano y nos mostró la horrible vida en los institutos –cárceles- de menores.

Enrique Medina, es uno de nuestros escritores más violentos, (tal vez deba mencionar a Facundo Quiroga), no se puede dejar de citar parte de su obra donde nos transmite esa oscura violencia: Las Muecas del miedo, Perros de la noche, El Duque, entre otras.

En esta nota que usted –lector- va a leer, encontrará a un Enrique Medina de 86 años, un hombre que se emociona hasta las lágrimas por aquella vida tan vívida, que a pesar de todo dice: “agradezco a Dios todo lo que me dio y haber llegado hasta acá”

Nació el 26 de diciembre de 1937. Realizó estudios de pintura, teatro y cine, filmó cortometrajes y durante 10 años recorrió América Latina. Su oficio fue el de mimbrero, que lo aprendió en el instituto de menores. Trabajó como camarógrafo de televisión*

Es en 1972 cuando publica Las Tumbas, con gran repercusión, obtiene el reconocimiento del público y de la crítica. Entre 1973 y 1983 sus novelas fueron prohibidas y Medina perseguido por el gobierno de facto.

Ejerció la docencia como profesor de Literatura en la Universidad de Arizona (EE.UU)  desde 1976.

En 1986, realiza el guión cinematográfico de una de sus novelas Perros de la noche. La película recibió los premios: Cóndor de Plata ARGENTORES, y Premio Nacional.

Se desempeñó, además, en medios gráficos colaborando con revistas como Satiricón, Humor, El Gráfico y diarios como Síntesis (México) y actualmente en Página/12.

Sus obras fueron traducidas al francés, portugués, inglés, húngaro, polaco, y yugoslavo.

Novelas: Las Tumbas 1972; Sólo Ángeles 1973; Transparencia 1974; Strip-Tease 1976; El Duque 1976; Perros de la noche 1978; Las muecas del miedo 1981; Con el trapo en la boca 1983; Gatica 1991, entre otras.

La editorial Catalpa hizo una edición aniversaria por los 50 años de Las Tumbas. Por su parte, la editorial Muerde Muertos publicará este año el guión cinematográfico, que no es el que llegó a las pantallas a través de Javier Torres, en 1991. A la vez acaba publicar un libro de relatos, La ciudad dorada. 

EM. Enrique, esta es una de esas entrevistas que uno quisiera ponerle un marco para verlas siempre.

MEDINA. No, no me digas eso. Me siento abochornado por tu generosidad.

EM. Es que no lo digo yo solamente, lo dice la gente. Tu trabajo, tu trayectoria.

MEDINA. Ahora que estuve en la Feria del Libro, porque la editorial Catalpa acaba de reeditar mi novela Las Tumbas por sus 50 aniversario, para mí fue un sacudón muy fuerte porque todavía sigo con en una etapa bastante anterior.

Pero cuando me dijeron: ¡Che, se cumplen 50 años, vamos a sacar una edición especial! Ahí me sacudió todo, porque tengo muy presente aquellos años de los ’70 con las complicaciones políticas, la guerrilla y el momento tan crucial que fue para mí publicar el libro.

EM. Dónde escribiste Las Tumbas.

MEDINA. El libro está escrito en Montevideo (Uruguay), que para mí siempre ha sido como mi segundo país. Muy querido, por mí, que me cobijó en todos los momentos tan complicados que tuve. Yo me iba a Montevideo, no la pasaba tan mal y por lo menos no sufría tanto.

Recuerdo que fui, una vez, con una compañía de marionetas que es con la misma compañía con la que yo viajé por 10 años por toda Latinoamérica. Y ahí empecé con las primeras anotaciones, comencé a escribir mis dos primeros libros al mismo tiempo. Las Tumbas, lo escribía antes de empezar la función a la tardecita y Sólo ángeles, que para mí es mi segunda novela, la escribía a la mañana al despertarme. Y estando allá recuerdo, que le mandé a unos amigos míos escritores, Ariel Delgado de quien yo era muy amigo, y me dijeron que lo aceptaban que lo iban a publicar, me puso muy contento, me dije: vuelvo al país porque ahora voy a estar mejor y para mí ese libro fue fundamental.

 Estoy muy orgulloso de haber escrito Las Tumbas porque ese libro obró en mí toda la trayectoria como piedra fundamental donde se erige mi pila de libros, que creo han pasado los 40 y me han permitido un modo de vida que agradezco mucho. Como uno está en los finales de su tiempo a veces se pone un poco más sensato, más tolerante y todas las cosas que ha sufrido o disfrutado las agradece. Yo le agradezco a Dios que me haya dado esta vida que ha sido maravillosa y pido perdón por las buenas ocasiones que me dio y no supe aprovechar.

Estoy muy feliz en este momento, charlando con vos y agradezco a Antonio Las Heras que te haya pasado mi dato.

EM. ¡Claro!, es un honor para mí estar hoy con hablando.

MEDINA. Sabes que me pasa, cuando llegas a una edad tan avanzada como la mía (86 años) y los amigos tienen la puta costumbre de irse muriendo, se te muere uno…se te muere el otro…De haber tomado café con Borges, con Bioy, con Abelardo (por Castillo), Mallea, con Rodolfo Walsh y con todos los que de pronto vas viendo que no están y que tenés otra mesa de café con nuevos amigos, es que tienes suerte, porque no es fácil cuando uno ya es tan grande y tienes que readaptar tu comportamiento de vida. Era muy distinto si tenías una charla con Ariel Delgado, que era muy serio en la política o con García, tuve la suerte de trabajar en la mejor época de la televisión argentina como camarógrafo, ahí los conocí a todos.

EM. Me imagino cuantos recuerdos tendrás.

MEDINA. Recuerdo que hacíamos El Tango del Millón con Gerardo Sofovich -otro amigo- y por ahí pasaban todos los tangueros y me hacía amigo de todos. Hasta recuerdo que Troilo me dijo un día: -Pibe, yo a vos te voy hacer un tanguito, porque recién había publicado la novela y tenía mucho favoritismo en el canal en ese momento. Una etapa tan cálida, que dejó tan buenos recuerdos.

Yo ahora tengo gente joven y maravillosa, Javier Hernández Puga, que es el director de la editorial Catalpa que al desaparecer otros editores amigos míos como es el caso de Manuel Pampín de Corregidor, otros amigos surgen y me renuevo yo también.

En el Bar La Paz, al lado estaba la oficina de Corregidor, nos reuníamos todos: Enrique Cadícamo, Ulyses Petit de Murat, Jorge Asís, Soriano, los hermanos Lamborghini (1), era como una extensión de la oficina de la editorial de Corregidor pero en el Bar La Paz. Ahí un buen día aparece Andrés Selpa, (boxeador) con su libro bajo el brazo. Él no era ningún tonto, era una persona muy inteligente. Y a los gritos entra al café: ¡soy escritor, soy escritor! revoleando el libro en alto, y ¿viste? Uno recuerda cosas que ya no tienen la importancia del momento hay otras instancias que debe abordarlas de otra manera. Yo sigo agradeciendo a Dios haber llegado donde llegué.

Me pidieron un prólogo para esta nueva edición de Las Tumbas por los 50 años. Y dije, voy a sintetizar todo en una frase: “El pingo llegó a la meta” y ya está eso es todo, no sé dice ni se explica en que hipódromo corría la carrera, ni cuántos caballos había en la pista. Lo único que se dice, es que llegó a la meta, cumplió su período, con esfuerzo, luchó como pudo y alcanzó una meta relativa o convencional, pero lo hizo.

EM. ¿Qué recuerdos tienes de tu padre, ¿fue boxeador, también?

MEDINA. Justamente, en este prólogo yo lo recordé a mi papá y escribí que él no fue un boxeador destacado. Y cuando escribí Gatica lo escribí imaginando a mi padre. (Los ojos ahora son un cristal) Le fue muy mal en el boxeo. Una vez me encontré con Tito Lectoure y le pregunté si había algún archivo de boxeadores en el Luna Park, para tener algún dato más de mi padre porque yo casi no lo conocí, pero era tan pasado que no hubo manera de saber nada. Mi papá peleó una vez ahí de semi fondo, o sea que recién empezaba, debe haber tenido unos 24 años y después mi mamá me contó que él decidió dejar porque se dio cuenta de que no le iba bien. Entonces se iba hacer referí (risas), por lo menos inteligencia no le faltaba.

EM. ¿Cuánto hay de biográfico en Las Tumbas?

MEDINA. Hay ficción fundamentalmente. Una ficción basada en el conocimiento del hecho. Yo tengo que agradecer a Miguel Cané, a su libro Juvenilla, porque leer ese libro me ayudó a pensar que yo podía hacer una historia diferente, pero con otros chicos; lo mismo me ocurrió cuando leí a Italo Calvino, El Sendero de los Nidos de Araña, esa novela tan fascinante que jamás pudo superar todo lo que escribió después: la visión de un chico en una guerra.

 Yo me di cuenta de que cuando iba a escribir Las Tumba tenía que usar los desechos del lenguaje y no la escritura paqueta y acartonada que aceptaba la academia. No por despreciarla sino porque ahí no estaba mi novela.

Yo podía escribir una novela desde el punto de vista personal del personaje dentro de un decorado con un lenguaje que no fuera el auténtico y lo hice conscientemente.

No existía en literatura argentina –todavía- ninguna novela sobre un internado de menores. En mi caso fue fácil, no hubo otros libros que me pudieran confrontar.

EM. Sé que sos un gran lector.

MEDINA. Sí. Me reconozco muy buen lector. He leído toda la literatura argentina, desde Mármol –que es un genio- que sintetiza todos los conflictos argentinos como nadie, pasando por Echeverría, Martínez Estrada, Lugones, Marechal, Borges, Bioy, Cortázar he leído a tantos…

EM.  Y cómo fueron esos encuentros con Rita Hayworth.

MEDINA. No fueron dos. Tuve muchos encuentros con la Hayworth. El que la trajo acá fue Juan Larena, que se hizo famoso dirigiendo “Combate Space” un programa que se emitía por canal 13 y lo dirigía Andrés Percivale –un gran amigo-, yo ya había publicado mi segunda novela Casi Ángeles y en la tapa del libro estaba Rita Hayworth. Esa foto, no era cualquier foto porque no era la pose habitual de ella. Yo le pedí a Manuel Puig que me consiguiera una foto diferente de Rita, y en aquellas épocas donde no había ni internet, ni wasap, ni nada; fuimos al programa y estaba Domingo Di Núbila y Mona Mares la novia fotográfica de Gardel y la otra era Graciela Borges. Me acuerdo de que Percivale dijo: nadie hable en inglés porque yo voy a traducir y vamos a confundir al público. La primera que habló en inglés fue Mona Mares para lucir y marcar una especie de acercamiento a Rita H. (risas). Terminó el programa el Percivale con Rita van a mi casa donde yo tengo un retrato de ella, gigante, debe tener dos metros por dos metros y ella queda impresionada.

Después del ’76 me voy a Estados Unidos y me encuentro con Puig que estaba escribiendo un guión para Rita en la televisión, ella estaba viviendo en la misma residencia que Manuel y como yo lo estaba acompañando me la encontré muchas veces.

Era muy cálida, maravillosa, desgraciadamente uno veía comportamientos extraños en ella que era su precoz Alzheimer que comenzaba a mostrarse y esa enfermedad era desconocida para la época. Se la bastardeaba mucho, se la calificaba de alcohólica y ya después tuvo manifestaciones más graves. Tuvo la suerte que su segunda de hija – Rebecca Wells- la cuido hasta el final con muchísimo amor. La hija que tuvo con Orson Wells desapareció.

  EM. ¿Y de tu madre, que recuerdos guardas?

MEDINA. Mi madre siempre me decía: nunca olvides que tu cuna fue un cajón de manzanas y tus cobijas diarios viejos. Después empezó el desfiladero por los institutos de menores. La gente pobre metía al pibe ahí, porque tenías médico, comida, ropa limpia, cama, educación. Estuve en cuatro. No nos conocíamos por nuestros nombres sino por el lugar: Mercedes, Pilar, Marcos Paz, y así.

  •  Los Hermanos Lamborghini

Leónidas Lamborghini (Buenos Aires, 10 de enero de 1027 – Buenos Aires, 13 de noviembre de 2009) fue un poeta, escritor y dramaturgo argentino, hermano del también escritor Osvaldo Lamborghini.

Edición: Andrea Fruttero