Opinión

Ernesto Guevara Lynch(1900-1987), empresario, padre del “Che”

Por Elsa Bragato.* – En 1984, solo dos periodistas tuvimos la oportunidad de encontrar y charlar con Ernesto Guevara Lynch, el padre del “Che” Guevara.

La primera fue Mónica Caken D’Anvers, que estaba en radio. Yo la escuché, era un miércoles franco para mí,
y llamé a la redacción a ver si les interesaba. Me dijeron que sí.
Así que corrí hasta la editorial que estaba ubicada en el centro y era donde iba a recibir a la prensa. No eran tiempos todavía fáciles por lo que solo Mónica y yo logramos hacer esa nota
y que tuviese difusión la presencia sorpresiva de don Ernesto en el país. Todo fue informal y grato. Nos encontramos en la cocina de la editorial. Y allí le pregunté si estaba dispuesto a charlar un rato.
–¿Y qué pasa si se me ocurre hablarle en broma?–Entonces se hará usted cargo de lo que yo publique. ¿De qué quiere hablar primero?
–De los capangas de Misiones, a los que eché a palos. En mi casa no pisó uno y eso que había uno en cada establecimiento. ¿Qué quiere que le diga? Me enamoré siempre de las revoluciones. Y eso que nunca pertenecí a ningún partido, ni comunista ni nada.
–Es curioso lo que me cuenta, ¿cómo era su familia?
–Papá era ingeniero geógrafo, el hombre más sencillo del mundo que nos prohibía tener un tratamiento diferente con la gente que trabajaba en casa.
–¿Y cómo une usted esta formación con su vida en Misiones y los capangas al acecho?
–No lo sé, pero me tocó estar porque tenía un yerbatal a unos kilómetros de Posadas, llamado Caraguatay, y vi cómo emborrachaban a los campesinos, les hacían poner un dedito en un papel y se los llevaban por el río. Cuando se les pasaba49
la borrachera, con la firma de ese dedito, ya estaban enganchados para trabajar como esclavos. Lo que valía 10 centavos,
estos tipos se los vendían a un peso.
–¿Estaba solo trabajando o con la familia?
–No, estaba con mi mujer, que equivalía a dos hombres y
medio.
–Antes me dijo que la revolución era casi una cuestión de
familia, ¿por qué?
–Soy hijo de padre y madre norteamericanos, emigrados
políticos en tiempos de Juan Manuel de Rosas, o sea que la
cuestión viene de lejos, de familia. Mis abuelos estuvieron 25
años fuera del país y por eso mis padres se conocieron en California. En aquel tiempo se produjo la anexión de ese estado
a los Estados Unidos. O sea que en mi familia había un sentimiento en contra de todo tipo de opresión porque la vieron.
–Veamos entonces quién es usted.
–Le cuento que desciendo de irlandeses que vinieron acá
en 1729 y dejaron un montón de descendientes. Era gente
sencilla pero revolucionarios en su tierra. O sea que la revolución a nosotros nos viene no solo por Fidel Castro sino de
todos lados.
–¿Y cuál es su posición política?
–Me considero un hombre de pensamiento de izquierda
pero sin pertenecer a ningún partido político.
–¿Y pudo vivir bien, digo, en una sociedad como la nuestra?
–Sí, era un “chic” de la avenida Alvear, sin embargo estaba
atento a lo que pasaba porque los grandes señores de entonces mandaban a matar a los campesinos, y yo estaba atento a
todo eso. Los capangas han sido el veneno que enfrenté siempre.
–Por lo visto, usted tiene una marca en el alma muy fuerte.–Porque vi cómo se actuaba desde la avenida Alvear hasta Misiones. Escuché las órdenes, y entonces, ya en el lugar, supe que estos tipos enterraban a los campesinos como si nada. Total, en la avenida Alvear, nadie se enteraba de aquel horror, solo que habían dado la orden.
–¿Vivió alguna situación difícil?
–Muchas. Recuerdo el año 1927, en Misiones. Me enfrente a los policías y a los capangas y los obreros se pusieron detrás de mí buscando refugio. Yo era un tanto poderoso (sonriendo).–Me resulta paradójico el hecho de que venía a hablar del Che Guevara con usted y me vengo a enterar de que usted fue un luchador, un revolucionario de primera. ¿Cuánto vivió en Misiones?
–Fue un tiempo bastante largo pero no volví más. Le nombro los motivos, fueron dos: mi hijo el “Che” empezó a tener asma ya en Buenos Aires, y el clima de Misiones lo empeoró. Y
en segundo término fue una noticia que confundió a muchos argentinos. Se habló de un brote de malaria o “chucho” pero lo confundieron con fiebre amarilla. Le estoy hablando de los años 1928 y 1930. En este tiempo, vino un norteamericano, del que no sé su nombre, que determinó que era malaria. Todo esto salió publicado en La Nación de esa época, indicándose que se luchó durante 5 años tratando de combatir el mosquito, una enfermedad que también se denomina, como le dije antes, “chucho”.
–¿Qué se hizo aquí para colaborar con ese norteamericano del que usted no recuerda el nombre?
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–Se trabajó mucho, se creó una vacuna y llegó a 4 millones y medio de personas del Brasil, Paraguay y de nuestro
país. Este norteamericano fue valiente, probó la vacuna en sí
mismo.
–Aunque seguimos sin saber el nombre…
–No se apure, m”ija, todo se va a saber en los libros.
–¿Qué le parece si hablamos un poquito de su hijo el Che?
–No viene mal, para eso escribí el libro. El “Che” cuando
era chiquito tenía cosas maravillosas, al menos para mí.
Algún “zanahoria” ya criticó mi libro y dijo que sí, que estaba
bien escrito pero no tenía mayor interés porque yo me había
mostrado como un papá medio baboso por mi hijo. Ni le contesté, pero me dio la pauta. Y si en algo estoy contento es en
haber escrito un libro muy familiar porque, sobre el Che, se
han escrito muchas cosas y el 90 por ciento son mentiras. Yo
escribí sobre mi hijo tal como lo sentí como papá.
–¿Cómo califica a su libro, “Mi hijo el Che”?
–No es un libro político. Entonces, mejor para acallar las
voces de los “zanahorias”… (riéndose). Para conocer la opinión de alguien que lee un libro, hay primero que saber quién
lo lee y luego qué le queda. Entre otras facetas, cuento muchas
cosas humanitarias sobre el Che.
–¿Qué sentía cuando leía tantas críticas y amenazas contra
la vida de su hijo?
–Hubo un momento en el que estuve muy desesperado
con todo lo que veía. Estudié ingeniería, y largué todo. Me
quedé enterrado en Alta Gracia, Córdoba, porque había que
salvar, ante todo, la salud de mi hijo. Lo salvamos yo y mi
mujer, Celia De la Serna y la familia entera.
–Cuénteme qué le gustaba de su hijo.
–Cuando era chico me impactaba su manera de ser con la gente, sobre todo con los chicos de alrededor. El humanismo de Ernesto era admirable. Para él todos eran iguales.
–¿Y la revolución le vino entonces de familia, en la sangre?
–No sé cuándo él decidió ser un revolucionario. Nos fue llevando y llevando y cada día más hacia su propio camino. Piedra Libre a la expresión le dimos a nuestros hijos, tanto mi mujer Celia como yo. Con respeto pero con libertad.
–¿El Che mejoró su salud?
–Sí, eso me permitió volver a Buenos Aires. Vivía en Aráoz y Mensilla, y un balcón de mi casa se llenaba de muchachos de la edad del Che. Se había hecho discípulo de un médico especialista en alergias. Fueron muy amigos al punto que el Che y su médico fueron casi socios.
–¿De qué clase social eran esos muchachos que se reunían con el Che en su casa?
–El Che reunía a gente muy diferente entre sí. Al mismo tiempo que era amigo de un científico lo era de un barrendero.
–¿Qué piensa hoy del Che, un mito para el mundo?
–No para mí. Si tengo un mérito es haberme podido escapar a la influencia de un hombre como mi hijo porque yo lo sigo viendo humano. No es un mito para mí. Es mi hijo.
–¿Cuántos hijos tuvo?
–Con Celia tuvimos varios, Ernesto, Roberto, Celia, cinco! Yo me volví a casar con el tiempo, había enviudado, y tuve tres hijos más. De Juan, otro de mis hijos, hace mucho que no sé52 53
nada, él vive acá y tiene una librería. También tengo presente
a mi hijo Roberto, un estudioso de las leyes, gran abogado.
Mi hijo ya está viejo, debe ser del 32, y hace mucho que no lo
veo. El se fue para Nicaragua (período del derrocamiento de la
familia Somoza). Seguro bien escondido.
–La pregunta es para mí complicada, pero se la tengo que
hacer. ¿Qué pasó con el Che, quién lo traicionó?
–Yo recogí la versión del ministro de interior de Bolivia
con pelos y señales de cómo fue aquello, versión completa
incluso con nombres y apellidos, pero no puedo decirlo. Aun
no puedo y espero que algún día se haga justicia.
–¿Intervino la CIA, como se dice?
–Sí, tres individuos de la CIA llevaron el informe de que el
Che había caído preso y fueron ellos los que dieron la orden
de liquidar a mi hijo.
–¿Cómo vive hoy, en Cuba o acá?
–En Cuba. Y para mí es un país maravilloso, la revolución
triunfó y sigue un buen camino. Imagínese usted que fue una
revolución que hizo un país cuyos habitantes hoy no alcanzan a los 10 millones. Son 112 mil metros cuadrados, o sea 29
veces más chica que la Argentina. Hay que creer o reventar,
haberla visto antes y ahora. Entonces uno se da cuenta del
progreso a pulmón de ese pueblo. Allí tengo, de mi hija Ana
María, tres nietos: un arquitecto, un economista y un ingeniero. La hija menor del Che está en la Unión Soviética en tercer año de Física Nuclear, una carrera gratuita. El Estado allá
se encarga de todo. Encima le dan algo así como 80 dólares
mensuales.
–Se habla mucho en estos tiempos de las grandes dificultades que padece Cuba especialmente a partir del bloqueo de los Estados Unidos.
–Es cierto, el pueblo está apretado incluso por falta de viviendas, pero usted tiene otras ciudades que no son La Habana que se han ido poblando.
–¿El Che tuvo mucha descendencia?
–Sí, primero se casó con una peruana y tuvo una hija, y luego con una cubana con la que tuvo cuatro. En Cuba solo queda uno, la mayor se recibió de médica en Nicaragua, y está prestando servicios allá. El que sigue, Ernestito, que es el menor, está estudiando también. El hijo intermedio, que es Celita, está en 4to año de Veterinaria. Vive con su madre. Por suerte tengo acceso a mis nietos.
–¿Es cierto que Fidel Castro se peleó muy feo con su hijo?
–El que escribió sobre mi hijo y esta situación mintió. Se le ocurrió decir que había visto la pelea entre el Che y Fidel, y no existió nunca. Un gran invento. Hay que saber que muchos de los que escribieron lo hicieron pagados por los servicios.–¿Entonces?
–Quisieron hacer aparecer a mi hijo como víctima de “El tigre”, como se lo apoda a Fidel.
–¿Usted es amigo de Fidel?
–Lo veo siempre, pero a un gobernante no le hago perder tiempo. Cuando nos vemos nos abrazamos y con eso basta.–Como padre, usted debió sufrir mucho.
–Es cierto, especialmente cuando quedé en Buenos Aires. Yo me dormía en un sillón mirando la puerta del departamento54 55
con dos revólveres, uno a cada lado, para defenderme. El Che
estaba en plena revolución y yo recibí todo tipo de amenazas.
–¿Cómo recuerda al Che?
–Yo recuerdo al Che como un ser humano. Y así es recordado en Cuba. Ya no es lo que yo quiera que se recuerda sino
lo que la gente siente por él. Mi hijo es un ídolo. Mire, hay
gestos de los pueblos que hablan más que mis palabras: en los
colegios, cuando terminan la clase, levantan la mano y hacen
la venia diciendo “Seremos como el Che”. En el resto de América, el imperialismo no sé qué más pueda hacer. Han crecido
los libros inmundos sobre mi hijo pagados por los servicios. Y
de esto estoy muy seguro. Hablan del Che y confrontan si fue
un revolucionario o un loquito aventurero.
–¿Cuál es la diferencia?
–El Revolucionario es un hombre casi sagrado que da todo
por el bienestar de su pueblo. Y el aventurero lo hace o por
egoísmo o por dinero, o sea es un mercenario. El Che no fue
ningún aventurero. Y eso es lo que siente la gente que por él.
Yo nunca lo veré como un mito, fue mi hijo y un ser humano.
La entrevista había terminado. De pronto, don Ernesto
Guevara me dijo “Muéstreme las manos”.
–¿Para qué?
–Sé leerlas. Para qué escribe, le digo yo. Dedíquese al arte,
usted es como una Ferrari dando vueltas a la manzana.
Me reí mucho. Le respondí que había que trabajar, que el
arte formaba parte de mi vida, pero no podía dedicarme a él
como yo quería. Guevara Lynch lo lamentó muchísimo. “Es
una pena, deje todo”.
Salí emocionada. Era la segunda periodista que lo entrevistaba, que había charlado con él incluso en “off de récord”.
Me daba cuenta de su enorme sufrimiento como padre. “Yo sé dónde están las manos de mi hijo, pero no se lo puedo decir”, afirmó más de una vez.
No sé si era feliz en Cuba o había aceptado, como dijo durante la nota, que el Che los había ido “llevando y llevando”. Como fuere, reconoció que, desde sus antepasados, el sentido de la revolución los acechaba. Y que había encontrado en su primera esposa, Celia, a una mujer de fuertes convicciones revolucionarias, tal vez más que las suyas, y con clara influencia en su hijo Ernesto.
En ese “off de récord” que hoy se puede contar sin problemas Ernesto reconoció que su mujer tenía fortuna y que gracias a ella pudo comprar el yerbatal en Misiones. Que era muy rebelde, enfrentaba a la sociedad ganadera de entonces a la que ella pertenecía y que prácticamente la unión de los dos fue más una fuga que otra cosa: Celia ya estaba embarazada de tres meses y eso horrorizó a su familia así que escaparon al yerbatal de Misiones. Murió muy joven de cáncer, con el que había luchado muchas décadas. Y se negó a viajar a Cuba a pedido del Che, ella quería difundir los hechos aquí. Cinco hijos, esparcidos por el mundo, y uno de ellos un mito, un ser humano que quedó en la historia por sobre cualquier ideología o sentimiento político. Esto es innegable. Don Ernesto Guevara Lynch falleció poco después, en 1987, en Cuba. A mí me quedó esta entrevista, que valoro.

Elsa Bragato

  • Del libro «Redacción en Acción» Sudameris 2025..-