Suplemento ABRALAPALABRA

El escritor Hugo Goldin según Montserrat Madrazo

Nació en Bahía Blanca, Argentina. Es profesor de Educación Física, Psicólogo Social y Terapeuta Corporal. En el año 2020 publicó “Todos Cuerpo a Tierra” y otros cuentos. Realiza una lectura crítica de la realidad con humor y amor. Jugó al basket desde chico, es fanático de la selección y de River Plate. Es uno de los cuarenta millones de técnicos que tiene la Argentina.

Vivir en Argentina es sentirse nostálgico y sin rumbo de manera permanente. Las brújulas del país apuntan al norte, pero el norte siempre cambia. Es difícil encontrar cosas en común entre todos los argentinos más allá del idioma, pero el fútbol atraviesa todos los ámbitos: Los domingos, los bares por las noches, el tránsito de la Lugones, pandemias y feriados nacionales. Por largo tiempo me costó entender ese fanatismo, que no está exento de críticas; pero la victoria en el mundial me mostró el otro lado del espejo, el que no estaba mirando. Multitudes en la calle abrazándose; a pesar de las diferencias de clase, a pesar de pertenecer a distintos clubes, a pesar de la grieta política. Un estado de euforia colectivo, y por ello, tanto más valioso.

Los partidos produjeron taquicardia y ansiedad, no fueron victorias fáciles. Los relatores no paraban de repetir una frase que quedó resonando en el aire, condensando el sentimiento de todo argentino: “Nacimos para sufrir”. Frase que también condensa el relato de Hugo Goldin a la perfección; por momentos pareciera que solo podemos acceder a ese estado de felicidad plena habiendo sufrido de igual manera. Nunca un festejo porque sí, nunca una sonrisa sin razón. Nacimos para sufrir, pero ese sufrimiento, así como el posterior festejo, nos unen a todos bajo la misma esperanza y bajo la misma fe.

El autor narra de forma impecable la tensión ante el duelo final; las manos transpiradas, los pies en el sillón inquietos, los gritos de festejo y las puteadas impiadosas. El relato es un bocado de la experiencia argentina; una crónica de viaje cultural, una imagen reflejo de los vaivenes vividos a diario. Hay algo de ritual en la hinchada del fútbol que también queda plasmado. Los cantos de cancha que se repiten como un mantra; se repiten y repiten con renovadas energías con la intención de que se materialice su manifestación. Las palabras de aliento para los jugadores, dirigidas a un televisor; en el intento de que viajen los miles de kilómetros que los separan de sus hogares. Lo más bello: el afecto, esas miradas y abrazos en busca de complicidad; las personas se funden en uno al reconocerse igualmente conmovidas, con lágrimas en los ojos.

Hugo nació en la capital del básquet, Bahía Blanca. Se crió dentro de las paredes del club de básquet de Estudiantes, rival indiscutido del club Olimpo. Su corazón estaba partido entre los locales: para el básquet alentaba a Estudiantes, el club que lo vio crecer; para fútbol, como Estudiantes no tenía división, alentaba a Olimpo. Con su padre, todos los sábados, “tocaba el cielo con las manos”, sentados siempre en las mismas butacas del estadio, soñando con jugadas que terminaban en gol. Más que dividido en dos, su corazón se partía en tres. Como es común en el interior de la provincia del país, se alienta a los locales que juegan en las inferiores y a los gigantes de las primeras ligas; en el caso de Hugo, River Plate.

¿Cuánto sufrimiento puede aguantar un corazón partido en tres? Cada victoria una sonrisa que dura una semana, cada derrota un dolor que puede durar años. Comprometido con la causa, Hugo vive, respira y llora fútbol. Tejió una red en torno al deporte, donde descargar toda emocionalidad que sobrepasa. Que nada quede contenido, que todo se desinfle como globo en un lamento desgarrador o un grito de gol. Hugo sabe muy bien que, para levantar esa copa de oro, que pesa más de seis kilos, primero hay que saber sufrir. Los invito entonces a que lloren, sonrían y vivan a través del retrato del autor, la pasión por el juego.